Ayelet FuentesUna ruka en medio de la gran ciudad, la comunidad mapuche de Lo Padro Bush in Action enero 11, 2024 Crónicas 830 La Pacificación de la Araucanía y la entrega de mercedes de tierra en el sur de Chile, significaron la pérdida del 95% del territorio que poseían los mapuches, problema que se acrecentó con el Decreto de Ley 2.568 en 1979 y los obligó a migrar del campo a la ciudad. Las familias que llegaron en la actualmente llamada Región Metropolitana, se asentaron en la periferia de la ciudad como Peñalolén, Cerro Navia, La Pintana, El Bosque y Lo Prado, comunas que hasta la fecha marcan una considerable presencia indigena. Por Ayelet Fuentes, desde Santiago A partir de los resultados del Censo 2017, se determinó que a nivel nacional hay cerca de 1.700.000 personas que se auto reconocen como mapuche. De esas 500 mil viven actualmente en la capital, en donde se puede encontrar un total de 18 rukas construidas y distribuidas en 15 comunas, utilizadas como recintos ceremoniales, sociales, medicinales o culturales. Entre la intersección de la avenida General Oscar Bonilla con General Juan Buendía está situado el Lof Lo Prado, una comunidad que alberga a 30 familias mapuche en un espacio rodeado de naturaleza que les recuerda a su anhelado sur y los desconecta de la urbanización. El lof se reunió por primera vez en el año 2002 para recrear las costumbres, ritos y ceremonias ancestrales. La búsqueda del terreno demoró dos años y a la fecha se mantienen trabajando en la elaboración de su primera ruka, por la que se congregan cada sábado y domingo desde las 08:30 a 18:00 horas. Sin embargo, no todo siempre fue color de rosa, en 2012 se vieron afectados por un conflicto con el Metro de Santiago y la empresa de ingeniería eléctrica Transelec S. A., quienes tenían pensado utilizar el terreno para su beneficio. En aquel entonces, el Longko de la comunidad Sebastián Collonao Marilao (47), proveniente de Temulemu, específicamente desde Traiguén, se asesoró con abogados y buscó ayuda en todas partes, aplicando el Convenio 169 de la OIT. Sebastián es hace ya 20 años el encargado de las funciones políticas, administrativas y religiosas, al igual que sus abuelos. Después de jugar al palín da discursos de aliento, toma su mate, comparte con las familias y conversa en mapudungun: “Hace muchos años que estamos organizando esta fuerza para que nuestra identidad y cultura se fortalezca día a día y que no se pierda la vida”, comenta Sebastián, agregando que la empresa presentó ese proyecto y ellos jamás fueron consultados, ya que los cables iban a pasar por el centro ceremonial. SEBASTIÁN COLLONAO. “Nosotros estamos en la ciudad porque no tenemos tierra, si hubiésemos tenido no estaríamos acá”, dice el longko. COMUNIDAD. A juicio de sus miembros, este lugar es necesario para los mapuches que quieren sentirse acogidos. Aquel conflicto duró entre cuatro a cinco años para finalmente llegar a un acuerdo con la empresa. La mitigación dio como resultado concretar mejoras en la infraestructura, como la nivelación de la tierra, la construcción de baños, duchas, alcantarillado y luz. Asimismo, la Municipalidad, en el año 2016, entregó la concesión del terreno al Lof Lo Prado por 20 años, el que está sujeto a renovación del Concejo Municipal. El Convenio 169 de la OIT, al que acudió el Longko, establece “el respeto a las culturas y las formas de vida de los pueblos indígenas y reconoce sus derechos sobre las tierras y los recursos naturales” y acude a la responsabilidad de los gobiernos de proteger estos derechos. La lucha sigue Mapuche significa “gente de la tierra”, es por esto que el territorio usurpado es tan importante en su cosmovisión, de tal manera que la reivindicación cultural en el contexto urbano se ha reflejado en la toma de sitios como canchas, peladeros o basurales para llevar a cabo prácticas ancestrales que se realizan en uno de los patrimonios más importantes para el pueblo conocido como ruka y que su construcción requiere de un trabajo colectivo denominado rukan. En el presente, 30 küni y tres organizaciones participan de los encuentros en el lugar en que anualmente se realizan dos grandes ceremonias llamadas “We Tripantu” y “Nguillatun”, en estas tradiciones ancestrales suelen llegar desde 100 a 250 personas. De la misma forma, suelen coordinarse otras actividades abiertas a toda la comunidad, como el Palikantun organizado el pasado 19 de agosto en apoyo a los presos políticos mapuche de Angol, quienes realizaron una huelga de hambre. En inmediaciones del Rewe, el Longko Sebastián hizo un llamado por la causa mapuche. “Apoyemos a los presos políticos que están luchando por una causa tremenda para que nosotros nos fortalezcamos, para que tengamos más vida”, enfatizó. En la lucha por el reconocimiento, el Lof Lo Prado ha trabajado de manera autónoma en la edificación de su ruka, en forma de manifestación directamente contra el Estado para demostrar que están vivos, que pueden hacer algo con su esfuerzo y que no necesitan de ellos. “Es un gran logro como mapuche porque nosotros sí podemos ser autónomos, tenemos el terreno y que más queremos, si nosotros lo podemos trabajar, limpiar y mantener el lugar”, menciona el Longko. En medio de la urbanización, los espacios comunitarios no son una opción, sino una necesidad. Los mapuches se sienten acogidos, cómodos y comprendidos, ya que pueden hablar en mapudungun sin miedo al qué dirán y no unos seres extraños por mantener su identidad. “Tenemos un espacio donde podemos difundir y fortalecer nuestro newen, fuerza, idioma y nuestra lucha con más kimun, con sabiduría”, comentó Collonao y añadió “aquí estamos con fuerza, newen con energía y la lucha continua, Marichiweu (diez veces venceremos)”. La discriminación a la etnia es real. “Uno sale a la calle aquí y te quedan, no sé, siempre te gritan cualquier cosa, para bien o para mal, porque la gente no ha cambiado”, comentó Mirella Collonao (37), quién es lamngen del Longko e hija de la Machi de la comunidad y vive hace 15 años en Santiago, en la comuna de Lo Prado. Su infancia fue diferente, ya que vivió en Traiguén donde la mayoría eran niños Mapuche, por lo que nunca se sintió discriminada en comparación a la ciudad. A su vez, relató cómo la exclusión social ha influenciado en las ñañas de la Región Metropolitana, a tal punto de que llevan sus vestimentas en mochilas. MIRELLA COLLONAO. “Deseo que mi hija no sufra discriminación y se sienta orgullosa de su cultura”, señala la descendiente mapuche. “Yo fui a la marcha del 12 de octubre y veía a ñañas que cuando llegaban allá se ponían la vestimenta, pero después terminaba la marcha y se la sacaban para guardarla porque les daba vergüenza andar en la calle vestidas así”, explicó Mirella, y mencionó que ahora trata de que no sea un tema que le afecte, pero de igual forma está presente. El amor de madre de Collonao por su hija de ocho años, es una de las razones por la que se esfuerza en normalizar sus costumbres, ya que busca que su niña no tenga que sufrir las discriminaciones de una sociedad que no los comprende. A pesar de la segregación que sufre en la calle, Mirella recibe a las lamngen y wünoy que llegan por primera vez a la comunidad con mucha felicidad. “Es necesario para la gente que quiere sentirse acogida y conversar con gente mapuche que los entienda”, finalizó. La nueva generación Desde la comuna de Pudahuel, un referente de la comunidad joven indígena se presentó. “Mari Mari lamngen, iñche Jennifer Llancapan Huenullan pingen, nien epu mari meli tripantu, tañi reñma tuwun karawe koñaripe, tañi ñuke Carmen Huenullan pingey ka tañi chaw Pedro Llancapan pingey”. Su traducción quiere decir, “Hola, mi nombre es Jennifer Llancapan Huenullan; tengo 24 años; mi familia proviene de Carahue, Coñaripe y mis padres se llaman Carmen Huenullan y Pedro Llancapan”. Jennifer Llacapan Huenullan (24), es nacida en la ciudad y criada en asociaciones u organizaciones de carácter mapuche, dado que su familia tiene bien presente las prácticas culturales. Además, explica que dentro de la presentación mapuche es importante mencionar quien es su familia y de donde provienen, ya que antiguamente producto de la discriminación, hubo generaciones que cortaron la transmisión cultural para que sus descendientes no sufrieran rechazo. “Hubo cambios de apellido, pérdida del idioma, de la cosmovisión y en general de la identidad cultural y mi privilegio fue precisamente desarrollarme culturalmente de manera plena, porque mi identidad siempre estuvo ahí, disponible para mí, de saber quién era yo, de dónde venía, dónde están mis familiares, mis padres, mi origen”. El Longko Sebastián lo ha dicho ya varias veces, “la nueva generación debe empaparse de sabiduría” y así es como Jennifer a la edad de 17 años se incorporó al equipo de trabajo de Juventudes Indígenas en que se le asignan diferentes funciones como difundir actividades, coordinar y hacer propuestas para resolver ciertas problemáticas que pudieran estar afectando a otros jóvenes que comparten esta identidad indígena. “Yo tengo una identidad presente, fortalecida, que todavía estoy construyendo, pero que a lo mejor otros jóvenes no tienen la oportunidad de conocer o de construir todavía. Entonces desde ahí parte este trabajo, desde el autoconocimiento, no solo personal, sino que también familiar”, reflexionó Jennifer. Y contó que conoció historias de vida bastante fuertes donde estos procesos de conversación han ayudado a conciliar heridas familiares que se arrastran hace una o dos generaciones. “Ese igual ha sido un poco del fruto de nuestro trabajo y la verdad que ha sido bien satisfactorio poder hacer un aporte”, comentó. En el plano urbano el trabajo de los jóvenes y adultos indígenas es esencial, ya que luchan por todos, es decir, para el beneficio comunitario. Aparte, contribuyen al desarrollo cultural y recuperan años perdidos por la represión, la ruka en ese sentido juega un papel importante. “Una ruka, además de ser una casa, es un lugar de reunión donde uno conversa, comparte experiencias, donde uno se nutre también de la sabiduría del otro. Entonces es un espacio bastante importante de interacción y alegría”, concluyó Jennifer. La ruka es newen y este espacio para la nación mapuche. Si viene del sur, Pudahuel, Cerro Navia, La Pintana o cualquier otro lado del país, este es su espacio, “somos un solo pueblo”, indicó Sebastián. Con sol o lluvia se reúnen para conversar, intercambian saberes y le agradecen a la naturaleza por lo que les da. PALIKANTUN. El juego del palín es parte de las tradiciones del pueblo originario. Hacer Comentario Cancelar Respuesta Su dirección de correo electrónico no será publicada.ComentarioNombre* Email* Sitio Web