Este 10 de julio cerró para siempre (aunque con los de USA uno nunca sabe si es para siempre) uno de los bares más sórdidos de Nueva York. Sexo, manoseos, bailes hot y todo lo que se pueda imaginar y ver en cualquier porno homosexual estaba allí. Y Bush in Action lo vio y vivió.

Por Alexis Monte, desde Nueva York

 

Sexo, sexo y más sexo. Eso es lo que se encontraba al ir a “The Cock”, un bar ubicado en el East Village de Nueva York, en donde además de las recomendaciones de no tener actividad sexual, los hombres sedientos de probar al otro abundan, sin respetar esos carteles que cuelgan de la pared del bar de manera gigantesca.

Este bar, ícono de Nueva York y de la libertad sexual se abrió en 1998 y desde ese entonces fue un centro de encuentros casuales del tercer y cuarto grado en un sector bien arrinconado, con sillones y un corazón dibujado en la pared, que anunciaba que ese era el sitio para efectuar los actos amatorios, que más rayaban en la distorsión del alcohol y la calentura de quienes iban al lugar, algunos como voyeristas y otros a tratar de pasar un buen rato.

Yo llegué por una recomendación casi oculta y secreta en lo que se transformó en una de las experiencias más raras que he vivido en todos los viajes y encuentros sexuales que me puedo imaginar, al llegar a un barcito, tipo galpón, ubicado en un barrio tranquilo, lleno de “saunas solo para hombres” y donde se ven parejas paseando perros, cada uno más chico que el anterior que apreciaba.

La propaganda entregada por Michael (leer Mijael, porque es de origen alemán), quien al saber que estaba en la ciudad donde todo pasa y nadie duerme (a menos que sea con otra persona) me dijo “Tienes que ir a ‘The Cock’. Te va a encantar. Yo fui con mi pareja cuando viajamos y la pasamos súper bien. No te voy a decir cuál es la onda, descúbrelo tú, pero tienes que ir después de las 11 de la noche”.

La verdad es que traté de averiguar lo que podía del lugar, pero hasta en internet se veía oculto y con pocas fotos, página web sin información y una dirección que para mí sería difícil de descifrar, por lo que no hice caso a la hora de llegada esta-blecida por Michael, me fui antes y llegué cerca de las 19.30 horas al bar.

Lo primero que vi fue un portón abierto y un pasillo oscuro, con iluminación roja, como en un cuarto de revelado fotográfico, donde se notaba una barra larga, con muchas copas, atrás mucho alcohol y carteles que prohibían las conductas sexuales por reglamento del departamento de sanidad, además de un gran poster donde habían hombres fortachones en plena actitud sexual. Unos tocándose el paquete, otros con el pene fuera, culos al aire, etcétera, pero tan bien cohesionado que no se veía tan vulgar.

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LUJURIA

La hora pasó y a las diez de la noche sólo habíamos cuatro personas dentro. Tres en la barra y el barman simpático y correcto que servía tragos 2×1 hasta esta hora (increíble beber vodka Gray Goose por 11 dólares, propina incluida), quien me dijo que era raro ver gente que llegara temprano y se quedara hasta tarde. Los otros eran un hombre y su amiga, ambos de 30 años, quienes bebían vodka solo, hablaban entre ellos como BFF, y yo.

La mujer y el hombre se fueron, al igual que el bello barman, pero llegó otro cantinero, más bajo y musculoso, que apenas se posó en la barra se sacó la polera y pantalones, para quedar en unos calzoncillos llamados “brief” que le ayudaban a mostrar todo en modo exagerado. Junto con sacarse la ropa, subieron los precios (adiós 2×1), se cerró el portón y se entraba por una puerta oculta, con personas que cortaban el paso y te veían con picardía al entrar.

Llegaron unos gogos pequeños de porte, pero bien parecidos, quienes bailaban sobre la barra, mientras la gente le ponía dinero y aprovechaba de tocarlos enteros, ya que en su ropa interior faltaba la parte de atrás. Pero les daba lo mismo, con tal de recibir unos dólares del bohemio público.

Francis, uno de los visitantes, proveniente de París, dijo que era la segunda vez que iba y que esta vez lo acompañaba un amigo, también de Francia. “Tú sabes a lo que vienes acá, ¿verdad?”, me preguntó el hombre de 36 años, guapo y alto, con quien salí a fumar (ya que pocos fuman en USA y como en Chile no se puede fumar en lugares cerrados). Lo miré con una sonrisa y sólo respondí que no lo sabía, pero estaba fascinado con averiguarlo.

Tras esta conversación, el bar estaba más lleno, muy diferente a como lo vi a mi llegada, así que con la barra llena, me tocó buscar un lado y sólo había espacio en el rincón, donde todos se miraban de forma cómplice, pero sin querer decir palabra. Estuve en el rincón bebiendo el séptimo vodka tónica de la noche, mientras veía como los más adultos (de cuarenta y algo años), comenzaban a

despojarse de sus cinturones y bajar los pantalones, desde donde florecía su masculinidad rasurada que aún no llegaba a estar del todo dura y que era ofrecida al público del sector, para que les dieran un “ayudadita” o probaran la mercancía.

No mentiré. Allí descubrí a qué iba y qué pasaba en ese antro. Salí del sitio de los sofás y me puse a ver ingenuo un momento, como la succión, los toqueteos y todo comenzaba de menos a más en ese lugar de 1×1 metros, hasta que reaccioné y salí otra vez a fumar.

Francis estaba allí y me dijo “qué te pareció”. Yo quedé impresionado de lo que vi, pero no participaría, ya que lo encontraba excitante, pero muy alum-

brado. Allí el francés me comentó que se puede en más sitios dentro, pero que debía explorar.

En esa exploración llegué a un baño de discapacitados, el que necesitaba ocupar porque el otro estaba lleno. Allí mi amigo europeo estaba de rodi-llas comiendo una salchicha alemana (el lugar es frecuentado por muchos extranjeros), mientras que a su amigo un latino le comía el croissant.

Por toda esa lujuria, decretaron el cierre del local, el que hasta el 10 de julio estuvo abierto y por donde pasaron celebridades como David La Chapelle, Cristina Aguilera, Boy George o George Michael.

El dueño del local, quien no dio nombre, dijo a un medio gay norteamericano que siempre los persiguieron, que los trataron de cerrar en el 2000, que el dinero y los abogados pudieron más, pero la gran conducta sexual pasó la mano. Aunque esto no se acaba. Tiene otro bar llamado “The Hole”, también en NYC, que promete ser el revival de “The Cock”, esperemos que no sea como su nombre en español.

Y, en un análisis de mi locura en Chilito, podría decir que no existen lugares tan sórdidos como el que pude apreciar en Nueva York. Claro que hay diversos sitios en donde el sexo se da rápido y fácil, pero no tan a vista y paciencia del público.

Lo más cercano es lo que se puede ver en una disco en Santiago, llamada Búnker, donde el Popper y los hombres musculosos se sacan la polera y bailan como en rebaño, pero dista mucho del olor a sexo y desinhibición que hay al otro lado del mundo.

 

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