Fotos: Johan BernaEl aguante nortino da la cara a la pandemia Bush in Action septiembre 17, 2020 Crónicas, Reportajes 3202 En medio de una crisis sanitaria sin precedentes, las ollas comunes reaparecieron en las poblaciones de todo el país para responder al hambre con solidaridad y colaboración. En las tomas de Alto Hospicio, ciudad que hasta la semana pasada estaba dentro de las treinta comunas con más casos de Covid-19, la organización comunitaria es clave. Esta revista acompañó a quienes todos los días se levantan a dar un plato de comida a sus vecinos, bajo el sol del desierto de Tarapacá. Por Valentina Luza, desde Alto Hospicio. Fotos de Johan Berna Diana es una de las coordinadoras del Comedor Solidario Naranjito, ubicado en sector El Boro de Alto Hospicio, un campamento con cerca de mil familias asentadas. El nombre del comedor proviene del lugar de nacimiento de Diana y su familia, quienes hace 12 años llegaron a Chile desde Ecuador. El espacio solidario nació espontáneamente como una chocolatada y once que buscaba hacerle frente a la hambruna que se avecinaba por los rincones, hasta terminar siendo lo que es hoy: una olla y comedor popular que alimenta a alrededor de 400 personas diariamente. Hoy, “Naranjito” ha logrado mantenerse con cooperaciones que van desde alimentos hasta aportes monetarios. –Si no tienes nada, recibes igual– dice. –Si no hubiese sido por el apoyo ciudadano hoy por hoy, muchas personas hubieran muerto de hambre a la espera de soluciones. En un territorio marcado por la historia y la injusticia, la pandemia golpea con la crudeza de un abandono omnipresente a la Región de Tarapacá. En medio del desierto, entre la chusca y la pampa, nacen las iniciativas territoriales que la comunidad ha levantado en ayuda a todos sus pobladores en la crisis estructural que incita la precarización de la vida. Una manera solidaria de organización y resistencia que desafía al abandono del Estado. Diana comenta que una de las bases ha sido la reciprocidad que mantiene viva la llama de la comunidad que, entre gratitud y esperanza, se levantan unos a otros. Abuelos, niños, niñas y adultos de diferentes edades, se afianzan de manera constante al Naranjito. Los aportes nunca faltan. Respecto a la gestión del gobierno, la evalúa como tardía, además de sostenerse en varias iniciativas directamente clasistas, sobre todo para la gente que vive en campamentos. –Es un sentido de reciprocidad, somos gente que tiene la capacidad y el corazón, con un esfuerzo grande para salir adelante. Aquí todos somos familia. AUTOGESTIÓN Al igual que en el “Naranjito”, la Olla Común Zona Cero ha sido de los lugares más activos de ayuda en Alto Hospicio. El estallido social permitió afianzar los lazos que desencadenó finalmente la existencia de la olla común, ubicada en la llamada “zona cero” en la periferia de la comuna. Rulo y Sandra son parte de quienes coordinan. –Nosotros hemos pasado por lo que se siente no tener un plato de comida. Por eso hacemos lo que hacemos– dicen. En los inicios, había gente a la que les daba vergüenza y no se acercaban. Ahora eso ya no existe. No existe espacio para esos sentires en los lugares donde el pueblo ayuda al pueblo. “El gobierno no tiene nada que ver, no han sido capaces de ayudar ni aportar”, agregan. La olla de la “Zona Cero” llega a aproximadamente 450 personas, y cincuenta colaciones se destinan directamente hacia familias completas. También se preocupan de las donaciones de ropa o cualquier necesidad que tengan los vecinos. “Un plato de comida se puede dar, pero si a ti te falta un colchón, ropa u otras cosas, también nos movemos para conseguirnos. Es una articulación constante”, detallan. En todas las ollas comunes, el rol de las mujeres ha sido en primera instancia de sostén y organización fundamental. En segunda instancia, son quienes también logran activar sus comunidades con una resiliencia que le hace frente a la precarización de la vida, la cesantía y desabastecimiento de sus poblaciones. En un contexto histórico donde los movimientos y organizaciones feministas están en el centro, el protagonismo de las mujeres surge como una muestra de esta fuerza estructural. Tanto de manera comprensiva como paradigmática se hacen caminos para afrontar las diferentes dimensiones de la vida. Para Diana y Sandra, las mujeres son quienes primero “dan cara” en las orgánicas y las problemáticas sociales. EN LAS CALLES Kolectiva Las Cabras es una agrupación separatista y autogestionada que se articula en base a afinidades de un grupo de mujeres iquiqueñas. Aquí, el trabajo se concentra en onces populares para las tomas que se sitúan en Laguna Verde y la toma Ex Vertedero de Hospicio, mientras que, por las noches heladas, suben al corazón de la ciudad. Para ellas, el trabajo comunitario debe tener un accionar político de ideas y valores de vida para que se mantenga. Llevan tres meses de puesta en marcha con cooperaciones espontáneas que les han permitido nunca dejar de pisar las calles: cerca de 300 panes acompañados cada uno de una taza de té son las que llegan de manera –incluso simbólica– a calentar las manos y el corazón de quienes, después de tanto tiempo, ya las conocen. Es también un espacio seguro que les permite desenvolverse de manera más amena. Al ser un trabajo de constante movimiento en el territorio, esto les permite llegar a rincones donde se asientan personas en situación de calle. «Antes éramos considerados los jaguares de Latinoamérica, la verdad es que acá la gente no tiene qué comer. Es impresentable. Tratamos de contener al trabajador pobre, ese que está abandonado», comenta Natalia, voluntaria de la kolectiva. Con una orgánica que fluye de manera natural, la kolectiva trabaja también con acopio de implementos de higiene para mujeres o alimentos, entregando cajas de vez en cuando, e incluso su más reciente aporte fue la entrega de un fogón gigante a unas pobladoras. También compartieron en el día del niño junto a quienes las reciben todas las semanas. Todas las instancias son para la reivindicación política, enfatizan, y esta misma mirada les ha permitido seguir fortaleciéndose y tejiendo en conjunto. CACEROLA VACÍA CACEROLEA MÁS FUERTE En dictadura, las ollas comunes fueron la respuesta innata al hambre que se sentía en las poblaciones. La reaparición de éstas en la actualidad, de manera cada vez más masiva, surge como una necesidad urgente en la crisis sanitaria y social que empuja a muchas familias a la hambruna. Su accionar es el ejemplo más puro de resistencia ante un modelo desigual. El norte sigue siendo un terreno fértil que no se subyuga y se mantiene firme. Bajo huelgas, crisis sociales y económicas, la comunidad se avista para encontrarse y compartir un plato de comida alrededor de una olla común. El tejido social que se ha fortalecido desde la revuelta en octubre, empuja un sentido de solidaridad que busca quedarse en el tiempo. Es un llamado a resistir, es una primera línea de lucha de las y los pobladores que en este ejercicio dan cuenta de una nueva movilización social. Una que contemple otras formas de vivir cada vez más justas. Otras formas de existir. Lea el reportaje en nuestra edición papel aquí Hacer Comentario Cancelar Respuesta Su dirección de correo electrónico no será publicada.ComentarioNombre* Email* Sitio Web