Visitar las pinturas rupestres de El Médano, a unos 75 kilómetros al norte de Taltal, supone un viaje de día completo. Desierto, mar y los cielos más limpios del mundo atraen a nuevos visitantes que observan curiosos los registros de quienes vivieron aquí hace casi mil años. Bush In Action hizo la caminata de un destino que exige paciencia.

Por Bryan Saavedra, desde Taltal

“Los de la costa de la mar, demás de otra infinidad de dioses que tuvieron, o quizá los mismos que hemos dicho, adoraban en común a la mar y le llamaban Mamacocha, que quiere decir Madre Mar, dando a entender que con ellos hacía oficio de madre en sustentarles con su pescado. Adoraban también generalmente a la ballena por su grandeza y monstruosidad”

– Inca Garcilaso de la Vega.

La luz de luna y las linternas iluminan el camino a una cima donde hay más luces guías. Mirar atrás encandila a los del final. La noche desdibuja el recuerdo del recorrido de 8 horas. Reina el cansancio en la quebrada El Médano, a 75 km al norte de Taltal, donde humanos subían a pintar, de un color rojizo, escenas del contacto con seres del mar que acompañaron su desarrollo y espiritualidad desde la prehistoria. Diseños replicados en calles taltalinas y recientemente en la población Gran Vía de Antofagasta.

Rocas y muros, con 1452 figuras estudiadas por Hans Niemeyer en sus expediciones de los 70s y 80s, quedan atrás. El científico que permitió dar a conocer estas pinturas, consideradas entre las más importantes de la costa americana por su magnitud, testimonió lo sacrificado que es trabajar en fotografiar, medir y dibujarlas a medida que aparecían mientras descendían junto al estudiante de Geología, Fernando Benavides, ayudante de campo, al igual que lo hace un grupo de Caminantes del Desierto desde Antofagasta a 50 años de esa expedición.

El Médano deja de ser plano y descendemos por largas curvas a un lejano mar de nubes que resiste heridas de rayos solares mientras se atraviesa un terreno rocoso con manchones de plantas secas, blanquizcas, que van apareciendo en un sendero que adquiere alturas considerables.

A dos horas de caminata aparece la primera pintura: un animal marino arrastrado por cuerdas desde una balsa. Rodolfo Contreras, antropólogo social y director del Museo Augusto Capdeville de Taltal, explica que en el siglo XVI los conquistadores españoles que tomaron contacto con las comunidades costeras, los describieron como indígenas de difícil interacción y pobremente vestidos con cueros de lobos marinos y sandalias del mismo material.

Probablemente así anduvieron tramos donde todo el piso es rocoso y empinado, propenso deslizarse en él y hay unos cinco saltos en los que los caminantes se ayudan para descender. Luego, nuevamente, pasa a ser un cerro normal, pero después otra vez zona rocosa empinada.

El viaje tomó 8 horas entre descender y volver a subir por la quebrada.

Sus letras fueron los animales, sobre todo, del mar, contando en rojo la vida en el entorno.

Los caminantes fotografiaron las pinturas, entre ellas el único zorro de El Médano.

Mauricio González de «Caminantes del Desierto» le habla al grupo en un lugar de descanso con pinturas, entre ellas el único zorro.

“Son muchas generaciones, aparte los camanchacos no vivían mucho, con 40 años eran considerados poco menos que viejos, las mujeres duraban la nada misma con pariciones y enfermedades (…). En algún minuto cambiaron el pigmento. No sabemos qué, si el óxido de hierro, la hematita la cambiaron por otro mineral, o le bajaron la calidad, pero hay algunas que son muy rojizas, rojo serena, granate. Y otras que son medias anaranjadas. Ahí te va mostrando que hay tiempos, que hay periodos”, dice.

Los caminantes se adentran en una de las zonas con mayor concentración de pinturas. En la mente se vive la propuesta. Algunos van quedando atrás, recibiendo apoyo para confrontar las circunstancias, hasta enferman.

Contreras ubica las pinturas en el periodo del 1000 a 1300 de nuestra era. Ha analizado balsas pintadas que van de uno, dos y -excepcionalmente- tres tripulantes, y, en su popa y/o proa, tienen características de peces o mamíferos marinos, como sus colas o cabezas.

“Según Augusto Capdeville, quien vivió en Taltal a fines del siglo XIX y principios del XX, en una jornada de caza de albacora tripulaban la balsa dos changos, uno para remar y un arponero especialista en la caza de la albacora. Al ser la balsa muy liviana, era arrastrada mar adentro por la albacora herida, lo que hacía el retorno una tarea que demandaba un gran esfuerzo de los tripulantes”, relata el antropólogo.

En muros y piedras aisladas, que componen 91 conjuntos pictóricos, el arponeo impacta detrás de la aleta dorsal a los seres marinos. “A la llegada de los conquistadores, estos sitios ya habían sido abandonados por los changos, no existiendo ningún dato que nos afirme lo contrario”, comenta Contreras.

Punta de Plata

Hay sitios que presentan el estilo de El Médano en la costa entre Antofagasta y Taltal como Loreto, Punta de Plata y Miguel Díaz. Camino no muy transitado, aislado en el que la escases de caletas conforman el trayecto -muy distantes en desarrollo y expansión a las del norte y sur de Tocopilla e Iquique- que, en sus quebradas como Izcuña, La Plata, Botija, Las Cañas, San Ramón, Tierra del Moro, hay más pinturas.

El grupo de montañas escalonadas al oriente se repite entre los km, la camanchaca corona esas puntas sosteniendo una capa que nubla el día. El desierto toma colores más verdes tímidamente. Las quebradas llegan al mar. No hay balsas de cuero de lobo en el litoral, como pudieron haber estado varias en algún momento, pudiendo ser vistas desde las cimas por los pintores y otros aventureros.

“En una excavación que participé hace algunos años en la costa de Taltal tuve la oportunidad de encontrar una mandíbula humana con pigmento rojo en uno de los aleros. Hecho que pudiera indicar ritos fúnebres vinculados a las pinturas. En otros contextos arqueológicos de la región se han encontrado representaciones de animales marinos como miniaturas en metal, hueso y torteras de época tardía con grabados similares a las pinturas rupestres”, aporta el arqueólogo Néstor Rojas, autor del libro Peces en la Roca.

En Punta de Plata entramos por camino de tierra hacia unas casas pequeñas, muy pocas junto a vehículos abandonados. Encontramos una familia que conoce el lugar donde están las pinturas. Apuntan un alero ubicado a unos 300 metros de la carretera.

El delfín y la ballena están retratados en la entrada de la cueva, adentro hay otras pinturas ilegibles. Ninguna embarcación.

El camino permite conocer el curso inferior de El Médano. Lugar que Niemeyer describe que, casi en la desembocadura en el mar, hay una duna a la cual debe su nombre y “una vertiente al pie del acantilado que seguramente proporcionaba el agua bebida a la gente que vivía en la costa y subía a pintar”.

El primer día de expedición fue de reconocimiento. A las 20:30 horas estaban en el campamento, donde escribió que “la conversación gira en torno a las experiencias estudiantiles del golpe militar que acababa de producirse” y “siempre estuvimos al día con las noticias y las propagandas políticas del momento” por la radio que cargaba Benavides a principio de noviembre de 1973.

Su trabajo quedó registrado en el correlativo de rocas que pintó de blanco, método que ya no se utiliza según Rodolfo Contreras, quien también sabe que, probablemente, el número 1898 que hay en ellas tenga que ver con marcas de cateadores mineros.

Las quebradas con pinturas ubicadas en esta ruta sirvieron de conexión entre distintos sectores geográficos y ecológicos de la región.

El alero costero de Punta de Plata se encuentra a unos 300 metros de la carretera.

Pinturas ubicadas en la entrada de la cueva de Punta de Plata, camino costero entre Antofagasta y Taltal.

El lobo marino

Existen pinturas de estas características a 250 km al norte de El Médano, en Punta Guaque. Otras a 5 km al norte de Taltal, al interior de la quebrada de San Ramón, que cumplen la función de guiar al viajero del interior a la costa, donde está presente la vida con un camélido pariendo y la muerte, con un tiburón devorando un lobo marino.

El cronista Vásquez de Espinoza documentó desplazamientos balseros de 250 km de su caleta de residencia. En la parroquia de Chiu Chiu hay registros de 24 matrimonios y 47 bautizos de individuos litorales entre 1612 y 1669. Matrimonios y compadrazgos que unieron familias de Yquique con Cobija (250 km de distancia), Caleta Loa con Cobija (125 km), Cobija con Morro Moreno (115 km) y Cobija con Copiapó (500 km).

“En tiempos coloniales los changos adoptan rápidamente la religión católica a su sistema de creencias, incorporándose al trabajo asalariado en la minería de cobre, oro y plata, en los puertos de embarque de minerales como estibadores y posteriormente a las salitreras”, comenta Contreras. “El sistema de creencias de estas comunidades ya había sufrido cambios con el contacto con comunidades de valles interiores”, complementa.

Ideas de espiritualidad se enlazan a la quebrada en la que incluso hay pinturas en el piso rocoso que notamos en el camino de vuelta: un triángulo, el cual -según Contreras- se trata de aletas de albacoras o tiburones. Entre imágenes que estudió está la del lobo de mar en posición vertical que “adquiere características casi humanas, donde es posible que ciertos individuos, transmutados en lobos de mar, lograsen contactarse con otra realidad”.

La piel del lobo adornaba sus cuerpos, iban sobre ella en balsas, cuidaba sus viviendas, la conseguían cazándolos con cierta precisión para no dañar las partes útiles.

Pinturas

En la costa se han encontrado restos de esa tecnología. Mientras en El Médano quedan menos expresiones de animales marinos en el ascenso. “La composición del pigmento utilizado para efectuar las pinturas corresponde a óxido ferroso y agua como solvente”, explica Néstor Rojas sobre la pintura.

Para aplicarla -según Niemeyer- usaron quizás los dedos o manojos de pelos en forma de hisopos o pinceles en una superficie, tal vez, previamente, humedecida en el lugar que definió como un santuario de arte votivo por la buena pesca y caza de animales grandes.

“Se observa en enterratorios en posición extendida donde el cuerpo era cubierto con estos pigmentos. En otros sitios funerarios se registran cetáceos con este mismo pigmento, que era el mismo usado para las pinturas rupestres. Es posible que hayan sido cementerios compartidos entre animales y humanos, similar a lo que ocurre en sitios de las culturas las Ánimas y Diaguitas donde los camélidos comparten la tumba con seres humanos”, relata Néstor Rojas.

“El Médano es un aula donde llevaban a los más pequeños, a los jóvenes que ya tenían que convertirse en hombres, les iban enseñando cuál era su alimento, cuáles eran sus presas, cómo era la forma de verlo y cuál era la forma de cazar. Es más sencillo. Es la etapa como lo hemos visto en muchas tribus, en muchos clanes, tanto en América, en Europa y en otras partes, en África, donde hay un momento en que el niño tiene que convertirse en hombre y tiene que pasar cierto ceremonial”, dice al respecto Mauricio González.

Los últimos rayos de luz caen a nuestras espaldas. El mar de nubes nunca dejó ver el mar real. Muta entre tonalidades con el sol atravesándolo hasta ir oscureciéndose. La luz cubre la mitad del cerro por el que volvemos. Somos puntos en medio de las carreteras que franjean la cordillera costera, situados arriba de la vida debajo de las nubes.

Alejandra Olivares viajó junto a Abner González, desde Tocopilla, a la quebrada. “Me cuestioné que, si este fuese un sitio de enseñanzas a través de pictografías, también debiesen de existir vestigios de tallados líticos, muy importante para la creación y fabricación (…). Como supuse, pude encontrar los primeros eventos líticos en la bajada a El Médano: martillos, preformas o lascas, fragmentos de materias primas talladas”, relata él.

“Es increíble que esos dibujos tienen un mensaje, pero ese mensaje para mí solamente ellos pueden saber lo que quisieron decir (…). Ojalá que la gente si va no las raye, porque en verdad son tesoros. En algún momento ahí quizás qué paso, qué historia hay detrás de todo eso, qué esfuerzo hay en la gente que lo hizo. Entonces hay que cuidarlo, mantenerlo y preservarlo también”, espera Alejandra.

Entre la oscuridad llegamos a la cima solo para ver que más lejos están los vehículos con intermitentes en la planicie. Son las últimas luces distantes que vemos tras conocer el arte de antiguos que, al fondo de la quebrada, pintaron de un rojo auténtico a las ballenas para recibir algún beneficio sobrenatural contra las alteraciones climáticas provocadas por El Niño, y pasar a la historia del futuro y la pintura.

Llegar a la zona de mayor concentración de pinturas es un auténtico desafío para los que visitan El Médano.

Las escenas de caza de animales marinos aparecen en las pinturas.

La caza de animales terrestres aparece en las pinturas en las que generalmente los hombres, como el flechero, son representados muy pequeños.

El Médano desde las alturas, donde subieron a pintar los antiguos habitantes de la costa de la región de Antofagasta.

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