Por Laca Mita

Desde hace ya varias semanas que cientos de venezolanos esperan afuera del Consulado de Chile en Tacna buscando la posibilidad de tener una visa que les permita entrar al país. Mientras tanto, acampan en la calle, en condiciones de mierda, compartiendo carpas y sin las  condiciones sanitarias mínimas para radicarse esperando que el gobierno chileno, a más de dos mil kilómetros de distancia, suelte una que otra voluntad de gracia parecida a la de los emperadores romanos. Una excepción, un dedito arriba de aprobación gubernativa, puede significar un flujo migratorio incontrolable, si lo analizáramos desde una parte. De la otra, podríamos pensar también que ellos viajan
hasta acá garantizando condiciones mínimas de vida.

ESPERA EN EL CONSULADO. Cientos de personas están esperando la posibilidad de una visa para ingresar a Chile, en el consulado de
Tacna. FOTO: La República.

¿Por qué se vienen para acá y no están buscando en Bolivia, Perú, Argentina? Porque acá, aceptémoslo, estamos mucho mejor que en el resto del continente. No tenemos crisis humanitarias catastróficas, narcoguerrilleros cobrando peaje para vivir, puentes que amanecen con  inocentes colgando, manejo económico desastroso. Nada de eso. Sí, tenemos mucho que criticarle al modelo y la mayoría estamos de acuerdo. El neoliberalismo es injusto, la riqueza generada se condiciona a lo que deciden los que tienen más, no a la realidad de los
trabajadores. Los que nacieron con buenos apellidos tendrán una vida prácticamente asegurada, mientras que los que no tanto tienen que recurrir al pituto de los amigos con algo de influencia. Los que no tienen ni apellido ni pituto están cagados. Van a replicar la misma vida de sus padres, viendo pasar el sol desde sus trabajos, pero nunca en sus casas. Llegarán tarde, cansados, enojados, adoloridos, pensando en el otro día.

Tenemos déficit de vivienda, trabajo precario, sí. Como en todos lados. Pero la visibilización de esas problemáticas las hacen otras personas a través de internet, supuestamente interpretando las necesidades del proletariado pese a que ni siquiera son parte de él. Gente con tiempo y ganas de autosatisfacción que asumen la justicia social desde una clase que no es la suya, tecleando enojados en sus smartphones, aquellos artículos de primera necesidad que se compran con varios sueldos mínimos. Si el problema fuera tan caótico, estaríamos en las calles, juntando millones de personas, así como en Venezuela o en la revolución estudiantil de 2011.

Pero la calle está concentrando otras demandas, como las necesidades de los profesores, la injusticia de las AFP. Problemas que son  importantes, pero que son exigencias que buscan mejorar un piso mínimo que ya existe previamente. Quizás es porque precisamente no estamos tan mal. O sea, si, es un mal modelo, pero si miramos para afuera podríamos ver que podríamos estar peor. De otra forma, no estarían viniendo miles de personas de otras partes del mundo que quieren tener una mejor calidad de vida con las oportunidades que
hay acá. O las que les dijeron que hay acá.

 

 

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