Se transforma en un acto aprendido y repetitivo el apuntar con el dedo al que tiene privilegios. Obvio, él los tiene y uno no, y por supuesto que a todos nos gustaría que se repartiera mejor la cosa para que esas comodidades que disfruta el otro también chorreara un poco por este lado. Por eso causó tanta sorpresa lo que pasó con el convencional Rodrigo Rojas Vade. Nadie se iba a atrever a apuntar con el dedo, o siquiera cuestionar, a una persona que lo había pasado tan mal y tan en desventaja de la mayoría de la población, con una enfermedad que es muchas veces una sentencia de muerte.

Pero resultó que el que menos pensábamos que era un fraude, resultó ser el timador. La víctima victimaria. No solamente inventó la enfermedad, sino que lucró con ella. Sus amigos lo mantuvieron a punta de rifas millonarias e incluso, se dio el tiempo de lucir los catéter en su cuerpo cuando salía a protestar, sin que alguien hubiera reparado que las vías estaban cambiándose de posición. Era cosa de ver las fotos. Con comprensión -y compasión por el caído- uno podría decir que fue una mentirilla que se salió de las manos, pero cuando se enfrenta a un cargo de responsabilidad popular, y tan importante como la futura Constitución, lo menos que se exige de esta gente es que tenga los papeles lo menos manchados posible.

El acto de Rojas Vade no solo defrauda a los que creemos en que la Constitución es el camino para resolver los problemas nacionales, sino que nos empuja a esa delicada y desagradable frontera de la descon anza frenética hacia el prójimo. La necesidad de exigir la máxima probidad posible puede llegar al extremo ridículo del cuestionamiento de las cosas más absurdas, so pretexto de tener representantes idóneos, como si la Convención fuera una competencia de quién tiene más pasta de ser Teresa de Calcuta.

Pero el cagazo ya está hecho, y no puede empañar lo logrado hasta ahora en la Convención. Sin embargo, deja la preocupación el relativismo que se toman frente a estos temas cuando el defenestrado es parte del equipo. Alguien dijo por ahí -no me acuerdo dónde- que al nal todo esto de los partidos y movimientos no son más que un grupo de amigos donde todos se protegen las espaldas y al nal, siempre es culpa de otro.

En esos grupos, todos desean que el adversario cometa los mismos errores, y ojalá sean peores, porque así justi can su propia posición ante el mundo y la muestran como la correcta en desmedro de los despreciables seres que están al frente. Pero si la falla es del team, se acuerdan de la presunción de inocencia, el debido proceso, o lo que lo empujó a cometer esa acción, recomendando ayuda para que pronto pueda enmendar su camino.

La sociedad es así, hipócrita. Toda esta lamentable saña con la que se han agarrado del caso Rojas Vade para hacerlo mierda desde la comodidad de un teléfono celular, olvida que detrás del sujeto hay una persona que se equivocó y que puede que ni siquiera logre dormir bien con medio mundo que no se aburre de patear a alguien que ya está en el piso.

Si bien nos quejamos que sus amigos lo están defendiendo y pidiendo que el hombre pueda mejorar y cambiar el error que tuvo (como si fuera algo reprochable), al nal ese debiera ser el trato siempre, también con el enemigo. Porque, y nuevamente como lo hemos dicho muchas veces en estas páginas, nadie podría a rmar que se tiene la autoridad absoluta de lanzar la primera piedra, ni la segunda ni la última. Pero todos quisieran tener la oportunidad de tirarla sin pasar ese momento incómodo de tener que explicar el por qué lo hacen.

Laca Mita

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