Ocurrido el 11 de septiembre, la labor periodística de los medios que pudieron continuar en Antofagasta dependieron de la censura, de los bandos militares y la alabanza hacia el nuevo régimen. Básicamente, todo lo contrario al periodismo. Qué se podía hacer y qué no, lo narran sus protagonistas.

Por Ignacio Araya

El 5 de octubre de 1973, Augusto Pinochet aterrizaba por primera vez en Antofagasta como Presidente de la Junta de Gobierno. El naciente dictador ya conocía la ciudad de antes: es la tierra natal de su esposa, Lucía Hiriart; y había sido comandante del Regimiento Esmeralda, en 1960. Ese día, Pinochet, de lentes oscuros, daba su primera conferencia de prensa en la zona. Solo se alcanzaron a hacer cinco preguntas: la Ley del Cobre, la situación de la inflación, la estructura administrativa, el toque de queda y la suerte del senador Carlos Altamirano, del que por entonces no se sabía nada y no se supo hasta que apareció en La Habana, para el año nuevo del 74, tras un escape en el que intervino hasta la Stasi, la policía secreta de la RDA.

Los periodistas le preguntaron si se acordaba de gente de la zona. Pinochet mencionó a un Pedro Fritz, representante de una agencia de viajes. “¡Y al negro Gómez!”, apuntó un colega de “La Estrella del Norte”. Se refería a Rolando Gómez Smith, reputado reportero gráfico de “El Mercurio de Antofagasta”.

El militar se rió. “Este amigo es el que más le cuesta entregarme fotografías. Me ofreció una fotografía hace varios años y todavía la estoy esperando”, dijo. Gómez respondió. “No es el primero ni va a ser el último, mi General”.

La conferencia tenía presentes a los seleccionados periodistas que pudieron seguir su labor después del 11. En Santiago desapareció todo atisbo de prensa de izquierda: el “Clarín”, “El Siglo” y el “Puro Chile”, allanados, en La Moneda se suicidaba el director de TVN, Augusto Olivares, y las antenas de Radio Portales, bombardeadas por los pilotos de la Fuerza Aérea.

En el norte –en todos lados, en verdad–, la situación era igual. No quedaban más rastros del diario “El Popular” -cercano al PC- que los pocos ejemplares que seguían circulando luego del golpe se usaban para envolver fruta en el Mercado Central. Alguien se dio cuenta y denunció a los militares el uso del peligroso envoltorio de concientización marxista, que se acumulaba en fardos en el subterráneo. Todos los diarios fueron quemados.

“Desde el 11 de septiembre, fue el compromiso no firmado entre reporteros y mando de los diarios: positividad hacia la nueva dictadura y negatividad para quienes no la aceptaban”, recuerda Elena Gómez, hija del recordado reportero gráfico. “El reportaje nocturno cesó. Todo terminaba en la redacción periodística a las 9 de la noche. Todo lo que acontecía en la noche no se reporteaba ni se informaba, ya que eran sucesos calificados como ‘militares’”, dice.

Por lo mismo, el reporteo propio era casi imposible. Salvo temas de menor trascendencia, los anuncios de ejecuciones llegaban como comunicados de prensa a los medios de parte de la Jefatura de Zona en Estado de Sitio. Las páginas editoriales de los dos diarios locales dieron cabida absoluta a alabanzas al nuevo gobierno, incluso bien avanzado el régimen. Solo se salvó, aunque acotado a temas estrictamente culturales, la columna del poeta –y militante PC– Andrés Sabella.

CHACABUCO. Las pautas estaban estrictamente apegadas a lo que quería mostrar la dictadura. Dos reclusos ingresan un televisor regalado por Inacap a los prisioneros, en febrero de 1974.

PREMIACIÓN. Eltrabajofuemuydifícilpara el reporteo propio, cuenta la hija de Rolando Gómez Smith, en la foto condecorado por el alcalde Hugo Vieyra, en 1980.

La persecución alcanzó al periodismo, y desde el mismo bando número 1, firmado el 11 de septiembre por Joaquín Lagos, quien asumía como intendente. “Los periódicos y demás órganos de prensa escrita deberán remitir previamente a esta Jefatura un ejemplar de los mismos a fin de autorizar su circulación”, señala el punto 2 relativo a órganos de difusión.

Las listas de personas que debían presentarse ante las nuevas autoridades seguían publicándose avanzado el mes de octubre. Entre ellos, Juan Antonio Marrodán, corresponsal en el norte de “Clarín”. Aunque no pudo ser contactado para este reportaje, el periodista recordó en su Facebook ese llamado. “La publicación no incluyó el alias que incluía el bando ‘terrorista y agitador político’. Años después supe que unos amigos linógrafos habían botado la línea con el título que me pusieron los gorilas, corriendo el riesgo de ser expulsados de la pega. Una triste historia, cuando los sapos hacían nata en Chile denunciando al voleo”.

Su compañero Ricardo “Tito” Cerda también apareció en esas listas. El reportero gráfico -fallecido hace pocos años- era buscado por los militares, también por su relación con “Clarín”. Jacqueline, su hija, cuenta que él nunca quiso meterse en nada relacionado con la política, y por eso el tema no pasó a mayores. Pero estuvieron a metros de donde ocurría el origen de los crímenes: vivían frente a la cárcel de Antofagasta, donde salieron los prisioneros ejecutados por la “Caravana de la Muerte” a fines de octubre del 73.

“Como en la cárcel fue que llegaron muchos detenidos, las casas que estaban por calle Atacama las llenaron de sacos de arena, seguramente para que nosotros no escucháramos. De repente, daba pena. Balazo que pasaba, uno decía ‘mataron a uno’”, recuerda Jacqueline.

SÓLO ALGUNOS

El 8 de octubre se dicta el bando número 100, en el que se notifica que sólo podrán ejercer la profesión de periodista quienes tengan su credencial oficial correspondiente, dejando caducadas las credenciales de practicantes de la Universidad del Norte y advirtiendo que quienes sean sorprendidos ejerciendo sin ser periodistas, “quedarán sujetos a las sanciones que estipulan las leyes sobre ejercicio legal”.

René Vásquez ingresó por ese tiempo como diseñador de avisaje para “La Estrella del Norte”, donde se podía publicar solo lo autorizado. Así fue la situación durante largos años, sin prensa independiente hasta pasados los años ochenta, cuando recién circularon revistas como “Análisis” u “Hoy”. Pero la realidad antofagastina distaba años luz, hasta en los detalles más absurdos, recuerda Vásquez.

–Había censura. Fue cuestionada la redacción del diario, si habían alzas, temas económicos, La Estrella lanzaba titulares grandes, como “subió el pan” en portada. Eso vendía, pero le llegó al director una advertencia, que tenía que abstenerse de publicar titulares tan sensacionalistas.

 

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