La cancha de la integración

KEVIN ES DE CALI, COLOMBIA. TIENE DOCE AÑOS Y HACE TRES MESES QUE TIENE A GORINDO, UN CONEJO DE OJOS ROJOS QUE SOLO SUELTA PARA RAPEAR Y JUGAR CON SUS AMIGOS EN EL CAMPAMENTO “RAYITO DE ES- PERANZA”, UNO DE LAS DECENAS DE ASENTAMIENTOS QUE AFLORARON EN LOS ÚLTIMOS AÑOS EN ANTOFAGASTA. MIENTRAS VA ACARICIANDO PERROS CUANDO SALE A JUGAR A LA CALLE, KEVIN SE RÍE CON LOS NUEVOS AMIGOS QUE HIZO EN ESTE APARTADO LUGAR DEL DESIERTO. ELLOS NO TIENEN IDEA DE DESIGUALDADES NI INJUSTICIAS. POR AHORA, SÓLO QUIEREN JUGAR.

No somos millonarios somos diferentes/Somos alegres somos diferentes/No somos malos somos diferentes/ So- mos pací cos somos diferentes. Kevin, un niño colombiano de 12 años, repite la letra de ese grupo de rap Junior Jein de Buenaventura por estrechos pa- sillos del campamentos Rayito de Esperanza, asentado sobre el cerro que resguarda al Parque Bicentenario del sector norte de Antofagasta.

Kevin Ortiz Cortés Villarreal, moreno, acucho, pequeño, con carisma y cierto nivel de agre- sividad para conseguir lo que quiere, busca a su conejo ra- peando sobre el suelo tierroso, acariciando perros a la pasada y saludando a vecinos y vecinas de diferentes nacionalidades.

“¡Aquí está aquí está, aquí vive mi prima!”, dice emocionado.

Una niña de ocho años abre la puerta y Kevin entra rápida- mente. Persiguen a dos cone- jos hasta que logran atrapar a Gorindo, que es blanquito y con ojos tremendamente rojos. Lo acaricia y luego se le ocurre otra actividad para hacer du- rante la tarde.

Así son los días de Kevin, no para de hacer cosas desde que legó de Cali con sus padres Jo- hana y Jonathan, con quienes tenía una vida más amigable en su país.

“Acá no tengo lo que tenía allá. Allá tenía animales, acá tengo unos conejos, patos, ga- llinas y nada más. Allá tenía mi casa, acá también tengo una”, reflexiona el joven.

Todas las tardes llega a las dos y media a pie desde la es- cuela básica Elmo Funes Carri- zo, donde cursa cuarto básico acompañado de otros 14 ex- tranjeros y 35 chilenos.

Su vida en el campamento es tranquila, pero para él fue duro comenzar a convivir con los chilenos, “porque lo trataban mal a uno por ser colombiano”. Si fuese por Kevin volverían a Colombia, pero al entrar en la cancha de tierra que forma la transición entre el campamento y la villa Oasis (ubicada al sur del campamento), todo cambia, juando con los niños, entre ellos peruanos, chilenos, colombianos y las niñas que se sientan a mi- rar desde las gradas.

Kevin allí es de los más des- piertos y pasa a llevar a algunos para llamar la atención. Para Javiera Evelys (14) de la villa Oasis, es divertido que hayan llegado niños extranjeros para hablar de la vida en general.

“Es bueno porque igual uno se puede juntar con los demás. Es bacán porque aprendemos culturas, distintas palabras, es como conocer otro ambiente con ellos. Mis papás dicen que eso está bien igual”, cuenta Javiera.

Con su amiga y compañera de curso, Paola Giménez (13), conocen a Kevin. Paola dice que “aquí no hay ninguna discrimi- nación al menos entre nosotros, todos jugamos aquí en la can- cha”.

En el campamento frente a su casa, el Rayito de Esperan- za, vive la familia de Kevin con otras 46 hace un año y medio. La mayoría de sus mujeres tra- bajan como asesoras de hogar y los hombres en o cios ligados al rubro de la construcción. Se reúnen en torno a bingos, tienen acceso a luz, agua y tv cable ile- galmente, aunque una empresa de telefonía también va a domicilios a instalar sus servicios, según ellos.

Kevin y su conejo, Gorindo

INTEGRACIÓN

Para el doctor en Antropología y experto en migraciones de Instituto de Investigaciones Antropológicas que acaba de cumplir 50 años en la Universi- dad de Antofagasta, Alejandro Bustos, los niños son un pilar fundamental para la integración de diferentes culturas.

“Ellos dentro de sus ‘inocencia’ no saben las desigualdades de género-económicas-sociales y no son un impedimento para divertirse. Incluso el idioma tampoco es barrera para los niños, igualmente se entienden. Somos los adultos los que les inculcamos esas diferencias”, explica Bustos.
Esto se traduce en que los niños invitan a sus casas a otros, mostrándoles quiénes son sus papás, contándoles de dónde vienen, comparten nuevas comi- das y conviven en armonía libre de prejuicios.

Respecto a los cambios so- ciales que ha signi cado para Antofagasta albergar hoy a 35 campamentos distribuidos por el borde cerro, con más de 8 mil personas y el 60% de éstas extranjeras. Bustos cree que no hay alarmarse, pues no se compara con el 25% de población turca en Alemania ni el 30% de marroquíes en España.

Además destaca que la migración hoy es una tendencia mundial por los conflictos que sufre el planeta y en Chile sólo vivimos otras de sus múltiples aristas, como la de Antofagasta con la llegada de colombianos últimamente.

“El aumento de campamen- tos tiene una explicación, por- que ha aumentado la demanda de viviendas y es insu ciente para que esas familias chilenas y las extranjeras que se sumaron. Si vas contando el per l de los inmigrantes es gente joven en edad laboral, de procrear y van a tener los niños aquí y serán parte de familias y el tema se irá agudizando cada vez más”, asegura el experto sentado en su escritorio de la Universidad de Antofagasta.

Y plantea la tesis de que “cuando llegan los inmigrantes y se van asentando en el lugar empieza la primera generación que son las familias que se van procreando, por lo tanto habrán niños, después la segunda y ter- cera que serán padres y abuelos. Cuando tú cuentas a lo menos dos o tres generaciones, la inmi- gración de asentó, eso es súper importante. Por eso la gente ha escuchado que en Antofagasta la inmigración llegó para que- darse y se está asentando”.

El campamento Moisés

DIFERENCIAS

A diferencia del Rayito de Esperanza, existen campamentos como el Moisés, ubicado sobre la población El Ancla, donde no se permitía el ingreso de extranjeros.

Su presidente, Guido Cor- tés (48), comenta que “acá en el Moisés en un principio no se incluían extranjeros, porque obvio, primero teníamos que solucionar el problema por casa entre nosotros. Ahora casi el no- venta y ocho por ciento somos chilenos, hay tres familias que tienen integrantes, que el dueño de casa o la dueña de casa, son extranjeros”.

A su juicio la llegada de campamentos a Antofagasta es algo bueno, porque gra ca “el despertar de los chilenos en de- cir que está bueno de abusos, de que no nos den una solución del gobierno, es genial. Lo hemos visto en el Polvo Te Mata, No + AFP, Chile está despertando y este grupo forma parte de eso por la problemática de la vivienda que tenemos».

En el Moisés también vive la pequeña Ari Araya de siete años, quien sólo piensa en di- vertirse con sus amigas chilenas Devoyka López y Jaqueline Val- divia, ambas de ocho.

“En el campamento de allá al lado (Betsabé) hay puros co- lombianos, van a buscar agua allá abajo”, dice la pequeña Jaqueline en un campamento don- de no tienen mucho contacto con extranjeros, como Kevin, el niño del conejo de ojos rojos del sector norte.

A pesar de no conocerse fácilmente en una cancha o alre- dedor de unas guras pueden reunirse Ari, Kevin, Javiera y Devoyka, ya que los juegos son un elemento esencial para que el ser humano interactúe. Len- tamente la tecnología ayuda en esto con lo de Pokémon Go, obligando a la gente a salir de la casa para jugar, porque jugar es divertido, sano y nos permite conocer historias como las de estos niños de Antofagasta.

Niñas del campamento Moisés

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