Una historia sin acuerdos Bush in Action diciembre 31, 2023 Editorial 775 No vamos a tener nunca un juicio histórico final sobre lo ocurrido el 11 de septiembre de 1973. De hecho, pareciera que medio siglo después las posiciones de quienes tienen una opinión sobre lo ocurrido (los que la tienen, hay quienes no les interesa el tema) se han radicalizado, con menos concesiones a la otra parte. Cuando cada día muere de vejez algún protagonista de los sucesos, las generaciones más jóvenes han reconstruido la historia tomando los elementos que sean más útiles a su relato personal. Sin embargo, dejando de lado la perspectiva de quién tuvo razón o no, el reloj sigue corriendo hacia atrás en una prioridad concreta de ocupar tiempo: verdad y justicia para quienes tienen familiares asesinados o desaparecidos por la dictadura. Los años han pasado y el “pacto de silencio” militar, más la desidia del Estado en estos 33 años de democracia en buscar por tierra y mar alguna pista, han extendido el dolor de esas familias. El Plan Nacional de Búsqueda anunciado por el Presidente Boric ayuda hacia esa orientación, aunque en la práctica sea cada vez más difícil encontrar algo. Hay consenso en que durante la dictadura de Augusto Pinochet se cometieron toda clase de tropelías. Desde el bombardeo a La Moneda en adelante, asesinatos, torturas, la crueldad de quienes sabían y nunca quisieron contar porque sentían que lo que hacían era por “el bien de la patria”, militares que quemaron libros, películas y todo lo que tuviera que ver con el régimen caído, familias destruidas para siempre por el exilio, la institucionalización de un gobierno que se apropió de los poderes del Estado sin plazos, el culto a la personalidad de un dictador que se subió a último minuto al carro del golpismo. Y aunque ha pasado medio siglo desde que Pinochet llegó, apenas han pasado 21 desde que dejó el último cargo de poder, y de ahí que siga siendo un tema hasta hoy, discutido tantas veces que por lo mismo no tiene un comentario histórico final. Por otro lado, el gobierno del Presidente Allende de todas formas estaba condenado al fracaso. En plena Guerra Fría, desde Estados Unidos Nixon, Kissinger, la CIA y la ITT gastaban plata y tiempo para “hacer chillar la economía” de Chile y conspirar todo lo posible para que a la Unidad Popular le fuera mal. La UP enceguecida en consignas y deslumbrada en marchas contra el imperialismo yanqui, se solazaba con la visita de Fidel Castro como si Cuba pudiera ayudar con algo más que embarques de azúcar y armas a un país chico y tan desoladoramente monoproductor. Allende intentó congraciarse con la Unión Soviética. La llamó nuestra “hermana mayor” en su visita a Moscú, pero fuera de minúsculos acuerdos de cooperación y vacías palabras de un respaldo en discursos, de Brezhnev el gobierno regresó con las manos vacías y una palmadita en el hombro. Al mundo socialista no le importábamos. A China, menos. De hecho ni siquiera hubo un mensaje del Partido Comunista chino después del golpe y las relaciones nunca se rompieron con los militares en el poder. A eso hay que sumar el propio problema interno. Dirigentes que acompañaron al Presidente fueron los peores enemigos de su gobierno. La intransigencia del Partido Socialista, de renovados cuadros que miraban con admiración la Revolución Cubana y las guerrillas del Che, no compatibilizaban con la trayectoria democrática de un viejo político como Allende, quien entendía que los procesos históricos tardaban años. Su conocida “muñeca” pudo hacer tiempo, pero no pudo frenar al MIR que ya ensayaba los Tribunales Populares, no pudo parar a Altamirano que hablaba de un “Vietnam heroico”, no pudo contra quienes en serio, esto en negritas: en serio creían en las armas como medio legítimo para avanzar hacia el socialismo. Allende no vio que el propio “poder popular” que aleonó le estaba jugando en contra, y tampoco vio en Augusto Pinochet a un militar que lo traicionaría a menos de un mes después de nombrarlo. Venía recomendado por su amigo, el general Carlos Prats. Nadie dudaba de él. El cóctel terminó siendo mortal. El comprobadísimo acaparamiento de productos por parte de empresarios que terminó causando desabastecimiento y largas colas en todo el país, unido a la sedición de la extrema derecha que vivía saboteando la cadena de producción, agregando la torpeza del gobierno de estatizar la banca y mirar para el lado ante las tomas de los trabajadores de hasta la empresa más irrelevante posible para pasarla al “área social”, terminaron con un país quebrado. La nacionalización del cobre dio oxígeno, pero nunca fue suficiente. En fin, de esto seguirán derramándose litros de tinta por muchos años más. Será misión de las próximas generaciones mantener la memoria viva de quienes murieron o desaparecieron a manos del Estado, para que cuando se cumplan cien años de este episodio trágico, el nunca más sea palabra real y no un eslogan momentáneo con rencores por debajo. Hacer Comentario Cancelar Respuesta Su dirección de correo electrónico no será publicada.ComentarioNombre* Email* Sitio Web