Aún suponiendo de que al momento de imprimirse estas líneas por fin haya llegado a Chile, la candidatura presidencial de Franco Parisi se convierte en la representación más viva de la existencia de un sector de la sociedad que llegó a tal nivel de crisis moral, que es capaz de aferrarse ciegamente a una persona sin importar lo que haga (o lo que no haga, en este caso), con el único propósito de sentirse parte de algo en un momento donde nadie confía en nadie. Es pura fe, la certeza de algo que no se ha visto, que no se ha comprobado. Vivimos en una paranoia conspirativa.

Más allá del currículum del candidato o de las largas exposiciones económicas junto a su hermano en la tele a principios de la década, parece impresentable que en serio exista un séquito de gente que confía plenamente en que Parisi es el legítimo representante de lo que pasó el 18 de octubre, un país más allá de las izquierdas y las derechas, una especie de mesías que salvará al país de la depresión sin caer en los extremos. Lo ayuda mucho el celular: toda esa gente lo conoce detrás de la pantalla, se siente hasta aliviada de tener la compañía de un hombre que le dice, desde Estados Unidos, la receta mágica para estabilizar la economía, las pensiones, su vida. Busquen sus cuentas de Twitter. Llegan hasta viralizar imágenes del avión que lo traerá, como si fuera el Ayatollah Khomeini aterrizando en Irán para hacerse cargo de la revolución islámica.

Parisi es inteligente, porque no tuvo que exponerse nunca a un debate con los otros candidatos donde sus ideas pudieran contrastarse, o al menos recibir una contrapregunta. Desde la comodidad del Zoom, una pregunta difícil perfectamente se puede evitar con apretar el botón de apagado. Cómo no va a ser preocupante que una persona que aspire a ser Presidente de la República le diga a sus seguidores que postergará su llegada a Chile por “razones que ya conocerán”. ¿Qué misterioso motivo tan poderoso puede tener alguien para no dar una sencilla explicación? ¿El botón nuclear?

El germen de este tipo de fenómenos también podría explicarse en lo que ocurrió después del 18-O. Si se lee con detención una red social equis, hay grupos que se sienten hastiados de que todo el mundo se arrogue el movimiento social para su propio bote. Nadie podría afirmar en serio que un millón de chilenos fueron a Plaza Dignidad para pedir urgente la llegada del socialismo, como tampoco marcharon para que viremos al capitalismo salvaje de los noventa. No. Pedían mejores pensiones, una salud decente, trabajos con sueldos dignos, pero todos queremos lo mismo. ¿Algún candidato va a prometer peores condiciones de vida? De esa obviedad surgen caudillos extraños que captan una cantidad importante de seguidores con promesas de un futuro mejor, da lo mismo si lo dice desde Lo Espejo o desde Alabama. Y para qué acordarse de los requerimientos de la justicia, parece ser lo de menos.

Parisi es inteligente, porque la legislación chilena, tan generosa como para ni siquiera exigir que el candidato en cuestión esté en el mismo territorio al que postula, le permite tener $1.000 de retorno por cada voto obtenido, sin poner una sola paloma en la calle o aplanar calles en un puerta a puerta. Para qué. Mientras haya fieles, el diezmo está asegurado, y la ley no pide rendirle cuentas a nadie.

Laca Mita

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