Felipe NúñezMejor Solos: Cómo la lejanía de las caletas ayudó a que el covid no llegara (y tampoco la vacunación) Bush in Action noviembre 14, 2021 Crónicas, Crónicas Secretas de Antofagasta, El Confinamiento de los Pueblos 1194 Mientras que en Antofagasta el coronavirus desataba la mayor crisis sanitaria y económica de la historia, en lugares como las caletas El Cobre o Blanco Encalada la pandemia no llegó con agresividad. Aunque tampoco la campaña de inoculación. “Es como si no supieran que esto existe”, dice uno de los pobladores que vive en dicha zona. En Paposo, en tanto, siguieron el ejemplo de otras zonas más pequeñas ante el avance del virus: cerrar todo y evitar que gente de afuera ingresara libremente. Por José Francisco Montecino Fotografías: Felipe Núñez Para llegar a la caleta El Cobre, hay que cruzar un camino zigzagueante y sin pavimentar que atraviesa los cerros, en un viaje de aproximadamente dos horas desde Antofagasta. En algunos momentos, en lo más alto de la ruta, se puede observar cómo las nubes parecieran ser el océano. No se ven muchos vehículos yendo en esa dirección. Tal vez lo complicado de la vía repele a los visitantes. Por esta razón, la caleta y sus pobladores se mantuvieron alejados de lo que ocurría en la capital regional, donde el covid-19 empezó a cobrar vidas y los contagios aumentaban diariamente durante el 2020, el primer año de la pandemia. El lugar parece estar deshabitado a simple vista. Como si en El Cobre sus casas estuvieran abandonadas, dando la sensación de estar entrando a un pueblo fantasma, olvidado por el tiempo y las ciudades más grandes. “Cuando empezó la pandemia nos mantuvimos acá no más. Cuando bajaba (a Antofagasta), estaba hasta una semana, pero trataba de no mantener mucho contacto con la otra gente. Uno va y sube altiro”, dice Moisés Wilson, un hombre de 60 años del pueblo chango, al igual que la gran mayoría de los habitantes de El Cobre. “Acá no se pierde la cultura. Nos gusta andar mariscando”, agrega. Y explica que son aproximadamente 12 casas las que componen esta localidad. JUNTO AL MAR. Son pocas las casas que se apiñan junto al mar en Caleta El Cobre. Todas son de material ligero, como la de la foto. Moisés nos recibe en su casa, donde se encuentra con otros vecinos tomando vino, durante una nublada mañana de jueves de octubre. Vive en El Cobre hace 15 años, y su principal trabajo es recolectar huiro. Su casa mira hacia el mar. En la playa se divisan los botes en la orilla, como si estuvieran esperando a que alguien los tome para adentrarse al océano y pescar. “Acá nunca nos pescaron”, dice Moisés. “Un camión venía a vender mercadería, y nos salvaba de ir pa’ abajo. Como teníamos todo, para qué íbamos a ir”. “Uno hace la diligencia y vuelve”, agrega Carlos Ramírez, un venezolano que, luego de escapar de su país hace tres años, terminó viviendo en uno de los lugares más recónditos de la región. En la caleta hubo un solo contagio, pero se contuvo, según afirman los residentes. De inmediato lo bajaron al Hospital Regional. Eso fue el año pasado. “Tuvieron contacto con gente de afuera”, asegura Moisés. José Luis Sarria, otro habitante de la caleta, cuenta que nadie de la localidad se ha vacunado. Explica que “no pudimos, porque es la media cola” en los consultorios. A esto, Carlos añade: “Una vez yo intenté comunicarme (con los consultorios), porque el acceso acá es muy difícil. Yo llamé a los números que daban en ese momento, pero nunca vinieron (a vacunar). No sé si ellos sabían que esto existía. Nunca llegaron. Acá la única señal que llega es Entel, con lástima”. AMIGOS. Todos se conocen en Caleta El Cobre. La ausencia de visitantes del exterior los hace sentir seguros viviendo ahí. “No tengo ninguna vacuna. El vino me mantiene. Nunca me he vacunado. La única enfermedad que tengo es la próstata”, cuenta Moisés, que durante la conversación asegura haberse tomado cuatro botellas de vino en una sola mañana. Y agrega que, a pesar de tener también una casa en Antofagasta, prefiere estar en El Cobre. Dice que en este lugar “tengo libertad”. Rode Villalobos sí se vacunó. Al tener camioneta propia le fue más fácil ir hacia Antofagasta. “No vinieron (a vacunar). Nunca vinieron a revisar las caletas. Preguntamos (si vendrían), porque acá la mayoría no tiene vehículo. Uno mismo trata de bajarlos (a los vecinos) como pueda. Pero nunca han venido a hacer un PCR”, dice la mujer, dueña de una pensión que se encuentra al lado de la casa de Moisés Wilson. Actualmente ofrece servicios a los trabajadores que se encuentran urbanizando los caminos hacia la caleta. Además, se dedica a la pesca, principalmente a sacar erizos, lapas y pescados. Rode es la única mujer que vive en la caleta. Cuenta que cuando empezó la pandemia, ella y su familia se radicaron en El Cobre. “Nos vinimos todos como familia acá, para cuidarnos. Estuvimos casi todo el año. Gracias a Dios no se sintió”, comenta. SOLEDAD. Los habitantes que residen en El Cobre viven aislados de esta sociedad. Aunque viajan a Antofagasta y Taltal para comprar víveres. A unos kilómetros de distancia, en la caleta Blanco Encalada, la situación no fue distinta. “Acá no llega tanta gente”, dice Alejandro, un poblador del sector. “De hecho, acá nadie ha estado con coronavirus. Gracias a Dios nadie”, agrega. “Acá ha estado relajado. Igual vamos a Antofagasta, y allá andamos con mascarillas”, dice el poblador, quien explica que de su familia todos se han vacunado, pero han tenido que ir por sus propios medios a la capital regional para recibir las dosis contra el coronavirus. “No ha venido nadie. La muni es un cacho”, declara. “Nosotros seguimos igual. En todo lo que es costa andamos sin mascarilla. Estamos al aire libre”, sentencia Alejandro. BLANCO ENCALADA. Unos kilómetros más al sur, los habitantes de este pueblo viven del “boom” del huiro. EL ENCIERRO DE UN AÑO EN PAPOSO La caleta Paposo está hacia el sur. Queda a aproximadamente a 100 kilómetros de El Cobre, y a 200 de Antofagasta. Cuando empezaron a escuchar las primeras noticias sobre el covid-19, José Gutiérrez, presidente de la junta de vecinos de la localidad, cuenta que tomaron la decisión de cerrar el pueblo, para que no entrara tanta gente flotante. “Pasa mucha gente (por Paposo), y estaba muy fuerte el contagio. Estuvimos casi un año sin ningún contagiado”, recuerda José. Y agrega: “Fue igual raro, sorpresivo. Uno no había vivido este tipo de virus. Antiguamente sí, pero se vivieron de otra forma, como nos contaban los viejitos. Estábamos bien asustados porque no teníamos mucha información, más que nada lo que salía en la televisión. La gente estaba complicada con esto y se estaba muriendo. Eso era lo que más nos asustaba. Por eso quisimos prevenir, cuidarnos como pueblo”. El dirigente vecinal explica que en la caleta viven, más o menos, 600 personas. De ellas, 100 son adultos mayores. La única entrada al pueblo estuvo resguardada por carabineros, quienes pedían los papeles correspondientes para ingresar a Paposo. José afirma que la ayuda que recibieron fue destinada a los adultos mayores, de los cuales muchos todavía siguen trabajando. Aún así, la crisis económica no les causó una fuerte baja de ingreso, afirma, aunque sí lo percibieron en el alza de precios de la mercadería, por lo que tenían que ir a Taltal o Antofagasta a comprar lo necesario para abastecer a la comunidad. “Pero gracias a Dios en el tema del trabajo no nos afectó. En la playa tenemos tiempos buenos y malos, y eso es así siempre, independiente de la pandemia”, explica. Tras un año, sin embargo, el municipio dio la orden de abrir Paposo, cuenta José Gutiérrez. Dice que no estuvieron de acuerdo con la decisión. “Les dijimos que lo hicieran bajo su responsabilidad”. Luego de eso, afirma el representante vecinal, empezaron a surgir los primeros contagios por el coronavirus en la caleta. LEJANÍA. El serpenteante camino que pasa junto a Caleta El Cobre hasta Paposo está pavimentado desde el año pasado, pero es poco transitado. “Aquí los primeros contagios fueron de personas de una empresa que venían de afuera. Pero lo bueno es que también la gente tomó consciencia y se cuidó”, comenta Gutiérrez, y recalca que “del virus no murió nadie” en Paposo. Ante esta apertura y los casos, el dirigente explica que “luchamos con las empresas que llegaban, discutíamos para pedirles PCR. Como es un pueblo chico, piensan que se puede hacer lo que ellos quieran. Tuvimos reuniones, discusiones con ellos. Nos mantuvimos firmes y entendieron que debían adecuarse a nosotros, porque solo exigíamos lo que pedía la autoridad sanitaria”. Luego de una cuarentena que duró un año y algunos focos de casos de coronavirus, finalmente la vacunación llegó a Paposo, al igual que al resto del país. José Gutiérrez comenta que la campaña de inmunización contra el covid-19 “ha sido buena. La gente se vacunó cuando llegaron las dosis, hasta con la de influenza. En ese sentido, no tenemos que reclamar. Fue a tiempo”. Hacer Comentario Cancelar Respuesta Su dirección de correo electrónico no será publicada.ComentarioNombre* Email* Sitio Web