Carlos BracamonteLos salvavidas del lugar más seco del mundo Bush in Action junio 11, 2023 Crónicas, Crónicas Secretas de Antofagasta, Deportes, Investigaciones de Bush, Los Nuevos Antofagastinos 1072 Hasta poco después del reporteo de esta nota, en María Elena no llovía nunca. Fue declarado el lugar más árido del planeta por un estudio científico, pero el extremo calor no fue gran problema para sus habitantes acostumbrados a jugar a la challa, ir al río o a la piscina municipal, hasta que la pandemia los dejó sin nada, encerrados. Cuando por fin se levantaron las restricciones, la municipalidad reabrió su piscina y la formación de salvavidas, los únicos a decenas de kilómetros a la redonda. Por Ignacio Araya, desde María Elena Fotografías de Carlos Bracamonte Después de almuerzo, María Elena es un pueblo fantasma. A menos que esté puesta la feria ambulante por la calle Ignacio Carrera Pinto con sus vendedores de ropa y juguetes apretados en la poca sombra disponible, no hay razón lógica para estar a propósito caminando por la calle con un sol que jamás nunca se ha movido de ahí cuando el reloj marca las tres de la tarde. En María Elena, localidad de 7 mil habitantes considerado el último campamento salitrero del mundo, alejado a unos 70 kilómetros de Tocopilla y en medio de un desierto infinito que agobia a los conductores que vuelan por la cercana ruta 5, se vive a esta hora un encierro general, pero sin orden de cuarentena. El calor tiene a medio mundo bajo la sombra de sus techos y por eso no hay nadie. Para ver a los pocos que se atreven a estar afuera hay que ir a hacia el sur, entre cuatro rejas de fierro empolvado y después de pasar la mesa de madera donde una señora pide escribir el nombre y la hora de ingreso en un cuaderno. Es la piscina municipal de María Elena, ocupada por unas sesenta personas que hablan, se ríen, gritan y se lanzan de bombita. Un hombre alto, de polera y short fluorescente, pasea por la orilla de ida y vuelta con mirada fiscalizadora. Durante los meses de verano, Sebastián Robledo (30) trabaja en su pueblo como uno de los tres salvavidas que cuidan la única piscina pública de este lugar. –No le voy a mentir, no visualicé ser salvavidas de mi comuna– dice Robledo, titulado de profesor de Educación Física. –Lo que yo visualicé fue ayudar a los jóvenes de María Elena, ayudarlos con la parte deportiva, el respeto, los valores. Pocos meses atrás, Robledo obtuvo su licencia oficial de salvavidas después de postular a las pruebas que se hacen antes del verano en las capitanías de Puerto de Antofagasta o Tocopilla. La municipalidad de María Elena contrató una agencia certificadora de salvavidas, lo que además de asegurar la apertura de las piscinas, genera una pequeña oferta de empleo en este sitio donde la gran mayoría trabaja en las faenas aledañas. Aquí, a 70 kilómetros de la ola más cercana, el peligro de ahogarse es tan real como allá. VERANO. Durante los meses de pandemia, la cuarentena total era una pesadilla de calor. SEBASTIÁN ROBLEDO. La extrema radiación obliga a estar gran parte del día con bloqueador solar. TIERRA Y TRABAJO El cubo de miles de litros cúbicos donde chapotean los niños es un espejismo, un acto de rebeldía del hombre ante una naturaleza que pareciera luchar para extinguirlo. Una sola gota que salpique por fuera de la piscina y caiga en la estéril tierra de María Elena ya es una cantidad considerable versus lo que que ha aterrizado naturalmente desde las pocas nubes que pasan por esta zona de cerros, tierrales que no tienen memoria de haber acogido jamás un arbusto. María Elena es considerado el punto más seco de la tierra, un lugar que fue estudiado por el investigador UC Armando Azúa-Bustos en 2015 y que de acuerdo a su publicación en la revista científica Environmental Microbiology Reports, a un metro de profundidad hay apenas un 14% de humedad. Sin embargo, un lugar que puede ser suicida para una semilla, es hogar y vida para una serie de tipos de bacterias que encontró Azúa-Bustos ahí. En la piscina municipal, Sebastián Robledo tiene recuerdos de tierra y calor. –El lugar es seco, el sol es implacable, necesitamos agua fresca para bañarnos, para que los chicos se distraigan– dice. Cuando comenzó la pandemia y de esos inciertos días donde la entonces subsecretaria Paula Daza informaba si la comuna se iba a encierro o no por culpa del coronavirus, la sola idea de no poder usar la piscina en verano hacía imaginar días de un sol angustiante. –La gente elenina se murió de calor literal, porque no podíamos salir a ningún lado por las restricciones, algunos iban al río, otros no iban por el temor a contagiarse, entonces en pandemia se pasó bastante mal por el calor. La pampa antiguamente se refrescaba en la “challa”, un juego donde un porcentaje importante de la poca agua disponible se iba en baldazos y manguereos entre el pueblo, risas y los pantalones tiesos cuando la tierra se secaba casi automáticamente con el sol del desierto. –Para los Días del Niño, a veces salían los bomberos con los carros llenos, se iban al frente de la plaza y le tiraban agua a la gente para que se mojaran pero por lo mismo, porque no había agua para refrescarse– reflexiona Johan Calderón, también parte del equipo de salvavidas. OASIS. Salvo el camping público de Coya Sur, unos kilómetros al oriente, no hay más espacios para nadar en la comuna. CLAUDIO MOLINA. El profesional piensa que los jóvenes eleninos deberán tomar la posta en el futuro. Con el coronavirus solo hubo techo. “La gente se refrescaba a puro ventilador no más y aire acondicionado”, cuenta Claudio Molina, profesor de educación física y funcionario del gimnasio local. Y antes de la existencia de la piscina –durante los ochenta–, los estanques de agua eran la milagrosa alternativa posible para los niños eleninos. Cuenta el alcalde, Omar Norambuena, que cerrar las brechas del acceso al verano es también una responsabilidad municipal para sus habitantes: –Tenemos un programa de acercamiento al balneario más cercano, en la ciudad de Tocopilla, durante el día. Dentro de la mañana a temprana hora, y luego antes que anochezca ya están en sus casas. Ese acompañamiento lo hacemos desde la municipalidad, está el equipo Dideco detrás de eso y hemos tenido la precaución de que estos paseos también nos acompañen salvavidas nuestros. La experiencia de María Elena es similar a la de Sierra Gorda, su comuna vecina. Ahí, la gran cantidad de dinero que percibe el municipio por patentes mineras es suficiente para llevar gratis a toda la comuna al balneario de Hornitos, una vez al año. A pesar de unas condiciones tan extremas, la tranquilidad de María Elena y las posibilidades de trabajo seducen a quienes vienen de fuera. –Está lleno de faenas fotovoltaicas, pega por todos lados. Por la plata se vienen, hay buenas monedas– dice Johan. FIN DE SEMANA EN LA PAMPA Con su rostro cubierto de bloqueador solar, Johan Calderón, 22 años y a un año de terminar su carrera universitaria de ingeniería civil en metalurgia, es seguro en el cálculo. “Ahora estamos a 34 grados, en este preciso momento”, dice. En su carrera como salvavidas no recuerda ningún ahogamiento, pero sí tres rescates: una mujer y dos menores. –La señora comió y se acalambró acá en el agua, y los niños se tiran en el lado hondo pero no tocan. Y si yo no hubiera estado acá, quizás le hubiera pasado algo a los niños. Su carnet de salvavidas lo sacó en María Elena, pero lo quiere renovar en Antofagasta para el verano que viene. El contenido del curso lo recita de memoria: el RCP, apretar el tórax con cuidado para no romper las costillas de la persona, o identificar a alguien que efectivamente se está ahogando. –Los niños no gritan ‘ayuda’, se están ahogando no más. O de repente hay niños que se tiran de la reja, empiezan a empujarse. Son cosas mínimas, pero si uno no los reta en el momento, van a ocurrir accidentes. Por ejemplo, ayer una persona se pegó en la nariz porque se tiró así de la pared. Le dijimos que no hiciera eso… por porfiado. BOMBITA. Aunque no hay muchos rescates por hacer, los juegos bruscos son el principal riesgo. En pleno desierto, Claudio Molina dice que hay niños que le preguntan si hay cursos o talleres para ser como él. “Les gusta el agua, nadar, están interiorizados”, opina. Más cerca, los eleninos pueden ir al balneario Coya Sur, un apozamiento del río Loa donde el municipio instaló quinchos bajo la sombra de los pimientos. Los fines de semana el panorama es asado, parlante y tirarse al agua, pero con cuidado de los tábanos que no pican, muerden. Los únicos salvavidas del desierto sostienen un flotador circular y posan para la foto con la piscina y los pampinos de fondo. Es un día tranquilo, como muchos otros, sin sobresaltos ni rescates arriesgados. Claudio Molina se siente pagado con estar en su tierra, ayudando. “Está el respeto de los niños y los papás. No hay ningún problema”, dice. Sebastián Robledo piensa que además de aportar con la formación deportiva, hay que pensar en las nuevas generaciones y alguien que tome su puesto cuando pasen los años. –Ojalá que sigan naciendo más salvavidas porque los necesitamos durante todo el año, la verdad. El lugar es seco, el sol es implacable, necesitamos agua fresca para bañarnos, para que los chicos se distraigan. Se hace la noche. Si en el resto de la región las plazas ya están vacías o la gente volviendo a sus casas, en la de María Elena recién aparecen las bicicletas, las parejas de la mano paseando, los niños jugando a las pillas. El sol se escondió y ese viento fresco de la mitad de la noche, junto a las luces y la vida, le da energía al pueblo. El tiempo del día siguiente, más que seguro, será otro día de calor. Sebastián Roblero suma que ese sol es parte de la identidad elenina, porque no están conscientes de lo fuerte cuando a mediodía está justo sobre sus cabezas. “Pero acá somos porfiados”, dice. RECUERDOS. El ingreso a María Elena aún mantiene la estética salitrera de principios del siglo pasado. Hacer Comentario Cancelar Respuesta Su dirección de correo electrónico no será publicada.ComentarioNombre* Email* Sitio Web