No hay ninguna calle que homenajee a Julio Pinkas, quizá uno de los principales benefactores de Antofagasta en el siglo pasado. El hombre le dio una compañía de bomberos a la ciudad, pero tenía sus mañas. Por ejemplo, le gustaba que dos mulatos de frac lo llevaran en carruaje. Difícil homenajearlo así, pero su historia permanece imborrable.

Por Cristian Castro

Antofagasta reconoce a sus ciudadanos ejemplares y no por nada retenemos en nuestra memoria -siendo nacidos o no la zona- nombres como el de Lenka Franulic (periodista), Antonio Rendic (médico filántropo y poeta) o Andrés Sabella (otro poeta más).

PINKAS. Quedan pocas fotografías de cuando el hombre estaba en vida.

Pero también existen personajes más controversiales que si bien aportaron a la comuna, tenían más sombra que luces, por lo cual el homenaje y el reconocimiento póstumo solo se remite al grupo más cercano o alguna dedicatoria en uno que otro libro de historia local. Ni hablar de una calle o una estatua.

Esto ocurre con Julio Pinkas Srauss (tal vez ni te suene el nombre), quien entre sus aportes figura ser el fundador de la Sexta Compañía de Bomberos y administrador del Ferrocarril Antofagasta. De hecho el ejercer dicho cargo fue la razón que lo trajo al norte.

COMPAÑÍA ELÉCTRICA DE
ANTOFAGASTA. Este edificio estaba
en Orella, y fue una de las iniciativas de
Pinkas. Hace unos años lo demolieron. (Foto: cgaleno.blogspot.com)

Pero el tipo era bien raro, y en su vida realizó actividades mucho más interesantes que los roles que lo remiten a su sitial de “reconocimiento”. Ciudadano de mundo, amaba la elegancia, hacía desplegar una alfombra de terciopelo rojo cada vez que bajaba de su carruaje, trajo a Claudio Arrau a Antofagasta cuando éste recién era un pibe talentoso, abrió carreteras en la selva amazónica de Brasil y en su juventud peleó en una batalla por la consolidación de Prusia (actual Alemania) trabando amistad con un paliducho soldado de artillería que a la postre dejó las armas y se dedicó a filosofar. Este entrañable amigo era un tal Friedrich Nietzsche.

EL INICIO

La verdad es que hay muy poca información sobre la biografía de Pinkas antes que llegara a Antofagasta, pero trascienden algunos datos. El hombre nació en Brasil a mediados del siglo XIX pero sus progenitores eran austriacos. Pinkas era austrobrasilero.

Estudió ingeniería mecánica en Austria y Alemania, estudios que pausó para prestar servicio militar en la “Guerra de las Siete Semanas”, en donde sirvió por Alemania. Es en las trincheras donde habría conocido al filósofo Friedrich Nietzsche, quien por entonces era un veinteañero estudiante de filología y que al igual que Pinkas, interrumpió sus estudios para matar a algunos humanos.

¿Pero cómo nació la amistad? Nadie sabe, solo que Pinkas habría comentado el hecho una vez apostado en Antofagasta, y este comentario fue sacado en alguna publicación realizada posteriormente por Andrés Sabella (quien conoció a Pinkas siendo Sabella apenas un púber).

Terminada la batalla, regresa a sus estudios y de ahí comienza a perfeccionarse en otras áreas (las que desconozco por falta de datos), pero el tipo era un seco. Estando en Brasil ya como ingeniero el emperador Pedro II le encomendó abrir modernas carreteras al interior de las espesas selvas de ese país. Pinkas cumplió y Pedro le condecoró con la “Orden Imperial de la Rosa”. Una medallita que daban en aquel tiempo por esos lares.

De ahí hizo otros trabajos en Bolivia, donde tuvo que dotar a una región de luz eléctrica. Acá los datos se nos ponen algo confusos pero nos da pie para el siguiente capitulo. En Bolivia conoce a los ingleses que operaban el Ferrocarril de Antofagasta a ese país (éstos tenían alianzas con la empresa boliviana Huanchaca, la misma que mandó a construir las famosas ruinas que, antes de ser un antro de adolescentes bebedores, era una fundición de plata).

ANTOFAGASTA

Los ingleses le proponen administrar la empresa de Antofagasta y Pinkas acepta, corta. Al parecer llega en 1899 o en 1900, la cosa es que para el inicio del siglo XX ya administraba la compañía y vivia en una elegante casona de dos plantas ubicada en Av. Argentina con Baquedano.

Encontró tan ineficiente la respuesta de los bomberos de la época para atender un incendio dentro de las instalaciones de su empresa que fundó en 1902 su propia bomba. La Sexta Compañía (Bomba Ferrocarril) siendo él su comandante y también voluntario. Actualmente al interior de este cuartel en calle Latorre existe una gran fotografía de Pinkas.

Dato curioso, uno de sus primeros voluntarios de la bomba fue Evaristo Montt, un joven cuya macabra muerte lo llevó a convertirse en la animita más famosa del norte de Chile, que se encuentra en calle Valdivia.

UN CARRUAJE PARA PINKAS.
El hombre era un excéntrico.
También tenía sus laureles, como
la Orden Imperial de la Rosa,
impuesta por Pedro II. (Ilustración: Ignacio Mandiola)

El Pinkas antofagastino era alto y robusto, con un peculiar bigote propio de la época que además cuidaba con esmero. Vestía siempre levita incluso para ir apagar incendios (la única diferencia es que en vez de ir con sombrero, se ponía un casco) y cuando inspeccionaba las herramientas de las maestranzas cubría su mano con un delicado pañuelo de seda para no mancharse con aceite. Una vez terminada la inspección, salía altivamente de estos talleres tirando el sucio paño al piso, sin dar importancia a las brutales peleas que se generaban tras suyo por parte de los obreros que se peleaban la despreciada prenda.

En Antofagasta, Julio Pinkas se movilizaba en una calesa (una especie de carruaje chico) que no la trasladaban caballos, sino que dos miembros de su servidumbre de raza negra, quienes debían vestir de impecable frac y también debían desplegar una alfombra de terciopelo cada vez que el jefe bajaba junto a su esposa. Tal vez por estos detalles no lo resaltan tanto en la historia local.

En cierta otra ocasión, el hombre trajo al pianista Claudio Arrau cuando apenas era un niño prodigio, y gustó tanto de su música que abrió puertas y ventanas de su casa, invitando a toda la ciudadanía (o al menos a los más próximos) a que se sentasen fuera de ella para escuchar la interpretación del joven.

Y así suman y siguen las excentricidades de este señor, quien falleció en marzo de 1927 en Antofagasta, siendo sepultado en un elegante mausoleo que mandó a construir en vida. En esto último no hay nada de extraño, salvo que (según recuerda Sabella) pocos años antes de morir, Pinkas visitaba todos los primeros de noviembre su propia tumba vacía, en la cual depositaba un ramo de flores para luego echarse a llorar. Es que era tan espectacular que no imaginaba un mundo sin él. En todo caso tuvo que ser buena onda el amigo.

¿Las fuentes de toda esta historia? La mayor parte provienen del libro Forjadores de Antofagasta de Corporación Proa, del libro Narraciones Históricas de Isaac Arce, de mis conversaciones con el historiador y exalcalde don Floreal Recabarren y de algunos tantos datos en la web, como otros más provenientes del Ferrocarril de Antofagasta a Bolivia (FCAB).

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