Muchos años antes de trabajar de comerciante en Puente Alto, Agustín Rodena tenía una pega al que solo un puñado de hombres pudo llegar. Él fue parte del Grupo de Amigos Personales (GAP) del ex Presidente Allende, cuya misión era protegerlo de lo que fuera con su arma en mano. Rodena cuenta su historia y cómo se salvó de ser uno más en las listas de desaparecidos. Lo que aún no cambia es su pistola.

Por Estanislao Gonzales, desde Santiago 

Los cuatrocientos hombres escucharon las instrucciones en silencio. Aunque era día sábado, los acontecimientos de los últimos días hacían que el hecho que fuera fin de semana fuera lo de menos. La urgencia de estar ahí se notaba en la calle: protestas y lacrimógenas por todos lados, parlamentarios agarrándose a combos, filas y filas para comprar pan, rumores de guerra civil. A esas alturas, ni las garantías de tener a las Fuerzas Armadas en el gabinete, ni menos el millón de personas que desfilaron frente a La Moneda jurando defender su gobierno hasta la muerte para el tercer aniversario del triunfo, tenían tranquilo al Presidente Salvador Allende. Los pocos hombres en que podía confiar, el Grupo de Amigos del Presidente (GAP), estaban casi todos en la residencia presidencial de Tomás Moro, oyendo el trágico destino que se presentía en el aire.

Agustín Rodena era uno de esos cuatrocientos. Tenía 23 años y en los últimos tres, desde que Allende ganara la elección, tenía este inesperado trabajo de seguirlo a todos lados, andar armado por la calle y también investigar a los hombres que querían sumarse al selecto grupo cercano encargado de la vida del Presidente de la República. Por eso, escucharlo decir que habría que inmolarse si se quería evitar la guerra civil porque el país había llegado a un estado de ingobernabilidad, tenían a los 400 GAP en silencio absoluto, conscientes que le había llegado la hora al gobierno y que la gloria -o el fracaso- de la Unidad Popular podría depender de sus balas.

-Éste está decrépito, ya no erecta -le susurró Agustín a un compañero, mientras hablaba Allende- Se quiere morir y yo no.

La historia no cuenta de esta reunión del Presidente con sus GAP. Ese día celebró el cumpleaños de su hija Beatriz en la casa de El Cañaveral y, consciente de la situación del país, almorzó con el general Carlos Prats para conversar la idea de hacer un plebiscito que podría apaciguar los ánimos y adelantar las elecciones para septiembre de 1974. Pero esa mañana había recibido a los generales Pinochet y Leigh, comandantes en jefe del Ejército y la Fuerza Aérea, y puede que ahí se le haya escapado la idea que pudo haber cambiado todo el transcurso de las cosas. Como sea, ni Allende ni Agustín Rodena ni nadie en Chile sabía aún lo que pasaría tres días después. Rodena solo tenía claro que la batalla se venía muy pronto.

GAP O NO GAP
Agustín Rodena está sentado en la casa donde vive en Puente Alto, mirando su celular. Ahi guarda un largo video donde se le ve de corbata, rodeado de micrófonos y con la puerta de Morandé 80 a sus espaldas casi bloqueada de tantas coronas de flores. Es la conmemoración de un 11 de septiembre de hace unos diez años atrás. Agustín es el que habla.

“Compañeros, amigos todos, otra vez nos encontramos frente a esta puerta donde entrara y saliera habitualmente el Presidente Salvador Allende acompañado por sus escoltas, nuestros amigos, los GAP”, dice. Aplausos de la gente. Hace mención a los caídos por la dictadura, al pueblo “cada día más desmemoriado” y a las campañas de la derecha mentirosa. “Hasta el día del golpe, nos salvaron de infinidad de atentados. Su incansable labor diaria permitió que se desarrollara el programa de la Unidad Popular”, grita. Más aplausos.

El video termina. Agustín Rodena tiene 68 años, “pero me siento como de 30”, dice. Con la mirada del tiempo, el ex GAP dice que pronto va a escribir la historia “objetiva” del equipo que cuidaba al Presidente Allende, porque hay puras elucubraciones.

-Yo conozco los nombres de cada persona y los cargos que ejercía, porque todos hablan de un pequeño grupo de 38, 39 jóvenes. Pero resulta que mataron 21 en La Moneda, vas a una romería y ves más de 50 tipos con brazalete que dicen GAP y eso que no fueron todos ahí.

BALAS EN EL BOSQUE
“Santiago, 11 de Septiembre de 1973.

Teniendo presente:

1.- La gravísima crisis económica, social y moral que está destruyendo el país…”

Medio Chile se levantó con la marcial voz radial de Roberto Guilliard exigiendo la renuncia del Presidente Allende. Ya no era una tarde de entrenamientos en El Cañaveral: los GAP tenían que tomar lar armas en serio. Los que estaban en La Moneda instalaban metralletas punto 30 en la ventana esperando los tanques. Otros se enfrentaron a los aviones que destrozaron Tomás Moro antes de que los militares desalojaran todo y llenaran las despensas con comida para hacer creer a la opinión pública que Allende se forraba en comida. A Agustín Rodena, alias el Loco Guillermo, le tocó el “garage”, una secreta casa de calle Las Cañas.

Esa noche el silencio de la democracia destruida sólo se interrumpía con balazos en sordina a lo lejos. Rodena dice que estuvo tres días en el “garage” hasta que decidió irse hacia la montaña. Mimetizándose con los árboles llegó hasta El Cañaveral, donde hasta hace unos días compartía con el Presidente que a esas alturas yacía sin lápida en Viña del Mar. Pero la casa ya era propiedad de los militares.

-Tuve algunas escaramuzas. Subí al Nido de Águilas, después a Farellones, El Colorado y bajé por La Reina, en la quebrada San Ramón. Ahí fui ayudado por gente del MIR. Fui delatado por los vecinos y tuve que arrancar por ahí mismo, tomar El Abanico y bajar en Los Azules, y de ahí hasta El Manzano.

De ahí ya no tuvo más compañía que el fusil, lo que ya era peligro mortal. Aunque no disparara ninguna sola bala, bastaba que un militar lo viera para acabar con él de inmediato.

-A mí, para agarrarme, primero tienen que matarme. Si yo estoy vivo es por eso. Mis amigos que se entregaron fueron todos ejecutados. Usted ve (la foto) cuando está el tanque y están tirados en el suelo. ¿Sabe porqué? Porque se entregaron. Están todos muertos.

Cuando llegó a Puente Alto, ya era 19 de septiembre.

MIS AMIGOS GAP

-Mira -dice Agustín Rodena- acá hay unos grupos GAP de gallos que nunca fueron GAP.

Los recuerdos de la guardia presidencial se transformaron en grupos de WhatsApp. El ex Loco Guillermo tiene como tres porque se dividieron “por intereses nepotistas” y lo va contando a medida que desliza sus dedos en la pantalla del celular hasta detenerse en un nombre.

-Este es el que yo pertenezco, en el que somos todos GAP al cien por ciento. ¿Ves? “GAP y familiares”.

Haciendo el cálculo de ex GAP, Rodena dice que había un grupo de 23 pero ahora deben quedar como 18 vivos. Muchos, dice, se fueron a trabajar a otras y buenas pegas. Él, si quisiera, podría trabajar de chofer de embajador e incluso -asegura- Andrónico Luksic lo iba a llevar a cazar con él.

-Yo no quise y con un tremendo sueldo. ¿Sabes porqué? Porque tengo acá un instrumento que es muy caro.

El hombre se agacha hacia su caja fuerte y saca una pistola. Abre el cilindro y lentamente va colocando una bala en cada boquilla. La cierra.

-Este es un revólver. Esta arma está condicionada. Esta arma es la arma de un pistolero. Porque esa es la verdad. Yo soy un pistolero. No he querido nunca servirle a nadie que no sea un Presidente.

Por lo mismo, después de sortear la represión de la dictadura militar, escondiendo su identidad por años e incluso estando un tiempo en el ejército para la casi guerra de 1978, Rodena dejó las armas y comenzó a pintar. En su casa hay decenas de cuadros pintados por él mismo, en técnicas de óleo. Dejó de hacerlo el 97, cuando dedicó sus esfuerzos a trabajar en un taller de enmarcaciones. Le fue bien y así se quedó.

Rodena se queda mirando un paisaje de colores vivos que él pintó. Las bases son fotografías que toma en sus salidas al campo o a la playa, en el interior del país. Foto en mano, empieza a tirar brocha.

-Este paisaje -apunta a uno- está bien violento. Cuando estoy estresado hago cosas más o menos así, pero cuando estoy en paz pinto cosas más bonitas.

Sobre los recuerdos que le quedan de los días en que cuidó al Presidente Allende y su democracia, hay infinidad de temas que no cabrían en un reportaje breve como éste.

-Voy a escribir un libro -dice.
-¿Y cuando lo saca?
-Cuando aparezca el periodista que me ayude a editarlo. Es cosa que tome una grabadora.

 

Sobre El Autor

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