El hombre de la fotografía se llama Patricio. Vive en la mitad del desierto, entre muros de barro que construyó con agua proporcionada por camioneros que van entre Taltal y Antofagasta. Lleva 19 años alejado de los medios de comunicación y las personas. Aunque, de vez en cuando, baja a la ciudad en un bus que toma en la carretera, dejando atrás el santuario para caminar entre nosotros.

Por Ángel Guzmán
Fotografías: Carlos Bracamonte  

¿Podrá una persona pasar 900 años en el desierto? A 110 kilómetros de Antofagasta hacia Taltal vive –en pleno desierto al interior– don Patricio, entre bajos muros de una construcción amarillenta, al lado de la fila de torres de alta tensión, a unos 20 metros de la Ruta 5.

– ¿Cómo lo hace usted en la noche, es bonito este lugar de noche?
– Por eso estoy acá. Acá es bonito. Es curso santo no más, simple.
– ¿Cuánto tiempo está haciendo…?
– Llevo 19 años acá.

Don Patricio no se quita los lentes oscuros. Aunque se siente su mirada fijamente. Su presencia no pasa inadvertida en la carretera. Los camioneros lo conocen y les resulta un tema de conversación. Le preguntamos cómo tiene los árboles que hay en su casa. Nos dice que unas personas que llegaron con semillas.

– Lo visitan pajaritos también.
– Sí, y por eso pongo agüita.
– ¿Y qué más hace acá en el día normal?
– Me dedico a estudiar, atiendo a los abuelos, todo. Es pasada puente-guardia.
– ¿Y por qué eligió específicamente este lugar?
– Porque saca tiros, te sacan los tiros y te sacan todas la balas. Es sala de operación acá.

Don Patricio cree que en el hospital también te pueden sacar tiros y funciona como sala de operación. Algunas veces nos habla con entusiasmo moviendo las manos; quedamos riéndonos y él igual, aunque también nos pone algo nerviosos.

FORTALEZA. El ermitaño del desierto junta bidones de agua que le regalan quienes van a su paso en la carretera.

– ¿Está protegiendo a alguien acá?
– No, soy destinado a ser santo. No a tener pecado.
– ¿Y ha tenido alguna vez a un discípulo, por ejemplo?
–No, nada que sea discípulo. Nada que sea con discípulos.
–¿Y por ejemplo con los viajes suyos, dónde cree que lo van a llevar después de esto, o usted pretende quedarse acá…, cómo dijo que iba a nacer?
–No, no. El nacimiento significa que usted tiene que ir a buscar medicina. Yo me llamo molécula, después viene embarazo, después viene gestar, después viene parto, después viene quinta cordillera, pre kínder, primera letra. Para entenderme a mi tienes que irte a la ciudad. Dentro de una gota hay una ciudad. Ciudad dentro de la gota. Ciudad Gótica.

Se escucha el sonido de la velocidad de los autos pasando por la carretera. El ruido de los camiones y buses llega a ser desagradable de cerca. El “Heladero del Desierto”, Marcelo Santander, trabaja a 40 kilómetros al norte de donde vive don Patricio, en la Mano del Desierto y suele movilizarse en bus, aprovechando de vender los últimos helados.

El heladero dice que lo conoce desde el día que llegó de Santiago: “Este viejito el año 97 pasó por ahí y yo estaba ahí en Los Vientos, ahí por Guanaco andaba yo y justo lo veo y el bus me deja y venía el viejito con un carrito y venía con un saco y venía con un chimbombo de agua. Y yo me acerqué y le dije: Maestro un heladito. Ya poh, me dijo y se comió un heladito. Yo dije para dónde va y me dijo voy a Arica y sacó un carnet de una persona que era de Arica y dijo… Yo caché al tiro que estaba choleado. Y me dijo: Mire, porque acá en el carnet, ahí sale, mire vea la numeración del carnet, dice que tengo que ir a dejarle el carnet a esta persona a Arica. ¿Y dónde es usted? (preguntó el heladero) De Santiago. ¿Y de Santiago a Arica, caminando? Sí esa es la misión que tengo: le dejo el carnet en Arica a esta persona y me voy para Santiago. Y yo dije ‘este caballero está rayando la papa’”.

Desde esos años lo ha visto ahí de forma solitaria. Cuenta que “a las finales ahí era una animita que murió un perico de Taltal en una camioneta que se dio vuelta”. Cree que eso pudo haber sido entre 1996 y 1997.

“Estaba la animita ahí. Estaba bonita la animita y después este caballero se quedó ahí, se quedó dentro de la animita, durmiendo ahí. Y después yo le pregunté, le dije: ¿Y maestro va a Arica? No, dijo que salió aquí el angelito y me dijo que le cuidara el santuario. ¿Ya, tiene que estar 900 años acá? Sí, 900 años”, recuerda Marcelo Santander.

El Heladero del Desierto bromea con que no le queda mucho a don Patricio para completar ese periodo. Pero durante este tiempo fue recibiendo ayuda de camioneros que le iban dejando colchones, carpas, tarros y muchos bidones con agua. Marcelo Santander cuenta que, en una especie de batea, empezó a hacer un barro, ampliando la construcción de la animita.

“Toda el agua que pedía la echó dentro de la batea y empezó a hacer barro. Y atrás de esa animita tiene como un iglú, si igual que los esquimales, si es un iglú. Y lo hizo con puro barro, piedra y barro, piedra y barro, piedra y barro”, relata en la salida de la Mano del Desierto hacia la carretera.

SOLEDAD. Con agua y presuntamente tierra, Patricio ha creado el santuario donde pasa gran parte de su vida.

Los muros de tonalidades blanquecinas y amarillentas de la construcción de don Patricio no están terminados si los comparamos con los de una casa normal y evidencian el uso de piedras, como si las hubiese molido para luego echarlas al barro. Quién sabe si recorrerá kilómetros hacia la cordillera para encontrar las más blancas entre la desolación que experimenta en este lugar que denomina como santuario, al que no nos deja pasar.

– ¿Y esa cruz por qué?
– Esa cruz significa… no es llegar y ser espía del hospital. No es llegar y ser espía del hospital cuando eres extranjero. Porque sino te roban tus secretos, tus medicinas y todo lo demás.
– Ok, entendemos.
– Ya nos vemos ahora sí que tengo que trabajar, igual que ustedes.
– Oiga, ¿y le podemos tomar una fotito?
– Saque la foto que quiera, saque.
– Ya, póngase ahí… ¿usted conoce Star Wars?
– ¿Star Wars? Starken será.
– Star Wars, de las espadas.
– Starken es una empresa y Star Wars es lo mismo. El camión pasa todos los días. Starken, Star Wars.

Detrás de estos muros, más cerca de la torre de alta tensión, vemos más herramientas o máquinas que podrían pertenecerle a don Patricio. A este lugar tampoco nos deja acercarnos.

– ¿Le gusta vivir acá?
– Tengo que estar solo acá porque tengo que cumplir un compromiso de santo.
– ¿Cuántos años más le quedan?
– No sé, puede ser 90 años, 100 años, un millón de años. Eso depende del grado que te asignen.
– ¿Cómo lo ayuda la gente acá?
–Depende. A veces pasan toda el agua, a veces algo. A veces sí. A veces no. Eso depende.
– ¿Le gusta cuando la gente se acerca a usted o prefiere estar solo?
– Acá nadie viene. De vez en cuando así como usted. Pero muy rara vez. Todos son afuera no más.
– ¿Cómo se entera de lo que pasa en otros lados? ¿O no le interesa?
– No, no, sino puedo ser espía, ¿ya estamos?
– Okey, disculpe, ¿su edad?
– Soy 72 calendarios, 12 meses antes de una molécula de vida. El de año se llama año. Yo soy calendario. Todo lo que es calendario es antes de una molécula.
– ¿Y su nombre?
– Patricio Cortés Durán en lápida, en carnet de gobierno Luis Alberto Álvarez Soloya.

Más al sur de donde vive don Patricio, o don Luis, hay dos morritos de tierra. Más al norte puede seguir el camino de la carretera y la la de torres conectadas para llegar a Antofagasta. Al este hay una pequeña loma de la que puede verse toda la construcción. Al oeste el camino hacia el mar. Al centro: el santuario, la desolación y el misterio de esta persona que se aventuró a vivir en el desierto. Eso es todo el secreto.

DON PATRICIO. Además de la fortaleza, hay plantas y la visita ocasional de aves en su hogar.

 

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