Felipe NúñezEl retiro dorado del Tío Aceite Bush in Action junio 3, 2022 Crónicas, Reportajes 3552 Por años, el trabajo de John Alfaro era venderles sandwiches de pescado frito por las noches a los cansados universitarios que pasaban por su carro después del carrete en el centro de La Serena. Un show por internet hizo de su historia un mini documental que ha visto un millón y medio de personas y que lo hizo conocido a tal nivel que hasta le ofrecen plata por tomarse una foto con él. La pandemia lo encerró y, después de años, decidió cambiar de pega y dedicarse a cuidar un estacionamiento. En esta entrevista, el Tío Aceite cuenta por qué apagó la paila. Por Ignacio Araya, desde La Serena Fotografías de Felipe Núñez Pocos saben que en realidad se llama Juan. En la población La Antena, barrio de casas chatas y pasajes amplios junto a una profunda quebrada que ofrece una gran vista desde las alturas hacia La Serena, todos los vecinos lo conocen como John. Oye John, ayúdame con esto. Como te fue en la pega puh John. John para arriba, John para abajo. Su esposa no recuerda el nexo exacto, pero sabe que en 1967, cuando llegaron a vivir acá, en la memoria popular todavía era un ícono la figura de John Kennedy, el entonces ya expresidente norteamericano caído bajo las balas de un francotirador. Entonces al Juan lo empezaron a llamar John, aunque varios le encuentran un rostro más parecido a Mick Jagger, otro contemporáneo. En el resto de La Serena, y accidentadamente desde hace una década en el resto del país, la delgada imagen de este hombre de polera blanca, pelo medio canoso y bluyines, es la de un señor de cotona celeste con el logo de Watt’s, gorro de lana, trato afable y sus manos echando pebre al pescado frito recién salido de una humeante fritanga en un carrito desgastado por el tiempo y pailas ennegrecidas. Ese otro casi millón y medio de personas que lo vio en una entrevista por Youtube lo conoce como Tío Aceite. – Yo andaba pasado a aceite, a pescado y cuestiones. Es increíble ¿ah?– dice Juan Manuel Alfaro (76) echado en una silla de mimbre de su antejardín. Admirado en las redes – alguien llegó a decir que debió haber sido constituyente, por representarnos como nación– el video del Tío Aceite resultó ser la reivindicación del arquetipo de vendedor callejero de comida que se puede ver en cada centro en Chile y quizás eso explica el fervor que le tienen. Tanto los completos con papas hilo de Arica hasta los milcaos de Puerto Montt tienen detrás a un “tío” o “tía” trabajando tanto tiempo en el mismo lugar, que al final se transforma en parte del paisaje. Un amigo de todos. El video de minuto y medio que lo lanzó a la fama fue grabado en 2010 en una nota de “Paracaídas”, webshow serenense transmitido en los fenecidos canales Vive Chile, filiales de VTR con programación propia en cada ciudad en las que se emitía por el cable. El programa terminó en 2016 pero ahí quedó el video del Tío Aceite, personaje que entonces sólo conocían los universitarios que pasaban a comerse alguna fritura rápida después del carrete de la zona bohemia de La Serena, en Cienfuegos con Francisco de Aguirre. MEMES. Aunque el video tiene más de una década, hay páginas de redes sociales que aún se dedican exclusivamente a hablar del Tío Aceite. La fama la tenía, aparte, por sus precios. El pan con pescado podía valer $500 y una empanada de queso, cien. Lo más caro podía ser un churrasco a $1.500, valor que Alfaro justifica porque en ese entonces “estaba todo barato” y que su competencia establecida de ninguna forma podía igualar. Mónica Rubina, su esposa, cuenta que cada viernes hacía cien empanadas de carne y pollo y unas 60 sopaipillas que más tarde flotarían en el aceite hirviendo. Vender así ahora, cuando el precio de su principal insumo está en las nubes es un imposible, piensa el hombre. – Ya se pasaron, está todo caro. Está muy difícil. Si yo seguía vendiendo no te podía vender barato porque el gas subió, el aceite subió. Y antes no, estaba a 500 pesos un litro de aceite, así que vendíai barato. Ahora no. – ¿Cada cuánto cambiaba el aceite? – Todos los días. – ¿Y de cuál compraba? – El más baratito. Mónica sirve un vaso de Bilz y recuerda que el negocio familiar se sustentaba con aceite Merkat, aunque podían cambiar de marca si había otro en oferta. En ese tiempo el litro costaba unos 700 pesos, lejos de estos años de inflación en que el más económico no baja de los dos mil. En ese tiempo, también, el olor a fritanga se le impregnaba en la piel y en la ropa. Se ponía Flaño para disimular el aroma. – Ahora se acostumbró a usar Mediterráneo de Antonio Banderas– dice su señora. MATRIMONIO. Mónica Rubina le ayudó por años a hacer empanadas para que su marido las friera. EL OTOÑO El Tío Aceite habla todo esto en pasado porque hace dos años dejó de trabajar en su carro. La pandemia lo encerró a él y a los estudiantes que le compraban, lo que sumado al toque de queda que disolvió todo carrete o presencia humana en las calles durante la madrugada en el centro, terminaron por apagar a la fuerza la llama que mantenía su paila caliente. Los meses pasaron: el COVID-19 empezó a amainar y la vida nocturna se reactivaba con fuerza, pero el Tío Aceite, en una decisión sorpresiva, decidió no seguir. Los años madrugando y pasando en sueño las agradables horas de sol en La Serena le pasaron la cuenta. Peor aún, el vapor del aceite hirviendo le dañó ambos ojos. En la familia juntaron plata y lo operaron de uno en enero pasado. – En las noches me levantaba, andaba de cabezazos en las murallas. Era un dolor…– recuerda el hombre de su posoperatorio. Mónica no quiere que él vuelva a freír en la noche. Prefiere que duerma en su casa y ahorrarle el desgaste de trabajar tan tarde. Ella lo ayudaba y como está operada de la rodilla y tiene una prótesis en la cadera, tampoco puede hacer mucho. “Estaba muy nerviosa, era mucho trabajo. Incluso el doctor me derivó a salud mental y estoy en varios grupos por la cuestión que me da depresión”. El Tío Aceite está sentado en un sillón amplio mientras en la cocina se escucha el chirrido del almuerzo preparándose. El living es amplio, sin muchos adornos salvo una foto de él mismo tocando una batería (“Es primera vez que alguien le toma una foto”) y una gran imagen en vertical de su hijo en los años que hacía el servicio militar en Antofagasta. Cada ladrillo de la casa fue fabricado por él mismo, cuando tenía unos 26 años. “Ya lleva cualquier temblor”, dice, orgulloso de su casa. –¿Para el terremoto de Coquimbo no le pasó nada? –Nada. Quedó re parada. SILLÓN DE MIMBRE. Tras dejar de freir empanadas de queso y pescado, el ex Tío Aceite disfruta de sus tardes viendo partidos. La rutina durante esos años de sartén y termo con café era dormir en el día, abrigarse mucho y lanzarse a freír durante horas. El video que le hicieron casi habla en absoluto de su producto estrella: un pan con pescado “pasado por un suave proceso de apanado y fritura” –reza el locutor– con un poco de ají por encima. Una suave pincelada, “a lo Picasso”. En esos segundos aparecen personas engullendo, casi tragándose, un grueso pan acompañado de un vasito de té humeante, listos para después dormir la caña con el estómago lleno. Las pailas, negras de quemadas por el fuego de todas las noches. De fondo, “Entre el Amor y el Odio” de Américo, canción que ya lo asocian al personaje. De hecho, si uno busca en Youtube “Américo Tío Aceite”, aparece ese tema en primer lugar. PERSONAJE. Muchos universitarios aún se acercan donde el Tío Aceite a meterle conversa pese a su retiro de los sartenes. Ilustración: Ignacio Mandiola. Aunque esa esquina no es precisamente conocida por ser una taza de leche, sus clientes lo defendían de cualquier cosa. Nunca lo cogotearon porque siempre había alguien que saltara si a algún tipo pasado de copas se le ocurría pasarse de listo. “Tu sabi po, el copete”, dice haciendo el gesto con el meñique y el pulgar haciendo de un vaso imaginario. A veces, cuando lo ven pasar por el centro, los universitarios le tratan de meter conversa, lo echan de menos. Como que le falta algo a Cienfuegos con Aguirre, pero los herederos de su reino de aceite le pidieron quedarse en la casa. – No les gusta esa cuestión de andar en la noche, ¿me entendí? Pasando rabia con los locos. En esa esquina, el dependiente de un vacío puesto de completos se ríe cuando le preguntan sobre las noches de competencia con el carro sin permiso municipal del Tío Aceite. “Vendía pura apendicitis”, lanza con intención. ESTACIONAMIENTOS John Alfaro, hijo del Tío Aceite, se ríe mirando los memes que la cultura popular le sigue haciendo a su papá, más vigente que nunca ahora que el oleoso líquido está carísimo. Al hombre lo dibujan como un magnate forrado de dinero con su imperio de aceite, o tirando la talla que su sponsor principal es Castrol. En Youtube, le comentan que está dentro del Top 10 de enemigos del Seremi de Salud, o que el “Tío” es un patrimonio culinario del país. – Para el estallido social, los pacos pasaban en el bus y le gritaban “Tío Aceite, Tío Aceite”… le iban cantando– cuenta. – Una vez lo dieron por muerto, ¿te acordai?– rememora, brazos cruzados, doña Mónica. Fue más o menos en 2013. Alguien echó a correr el rumor de que el querido patrimonio de La Serena había enfermado y fallecido. La gente en La Antena, dolida, llamaba para dar el pésame. Un colectivero, extrañado porque en la casa no se veían féretros ni coronas de condolencias, pre rió mirar de lejos antes de entrar a preguntar. John hijo recuerda: –Le pusieron hasta “Ángel para un final”… –Estaba de parranda– ríe Mónica. Fue tal la conmoción en La Serena por la noticia, que hasta lo fueron a grabar para otro video para Youtube, esta vez para explicar que estaba vivo. “Tienen tío para rato”, decía a la cámara el no-fallecido ícono de la ciudad. Pero como en algún momento tendrá que dejar la existencia terrenal, el Tío Aceite ya dejó la instrucción que lo velen a pie por La Antena, que todo sea alegría y que le toquen su música favorita: Américo, Amar Azul y Grupo Albacora. EN SU CASA. A su familia no le gusta la idea de que siga trabajando de noche, así que le pidieron retirarse. El tío se sabe famoso, pero no tiene ninguna red social para estar pendiente de la admiración que le tienen, ni un smartphone. Su hijo le va mostrando memes y él suelta una risa. A veces hay quienes le ofrecen una o dos lucas por una foto con su ídolo. Él agradece el cariño, pero más que las luces de la fama, su entretención son los partidos de Coquimbo Unido o cualquiera que den en la tele chica que instaló en el estacionamiento que cuida durante el día, en la misma esquina. Prefiere esa pega, porque a las siete ya está de vuelta en su casa. –Yo jugaba a la pelota, era bueno para el fútbol –recuerda– Yo jugaba de centro, de 2. Por eso me fui para el norte, a Pedro de Valdivia. Más que por el video de internet –algo fortuito y relativamente reciente–, Juan Alfaro (John, mejor dicho) es conocido en la población por su amor por la pelota. Le gusta ir en familia a las canchas a mirar el fútbol amateur de domingo por la mañana. A excepción del domingo de esta entrevista, en que el feriado de semana santa suspendió todo y lo tiene descansando en su silla de mimbre. En algún momento, reflexiona, con su señora pensaron en comprar un carro nuevo y vender cosas en La Antena. Acá la gente come, compra, apunta el Tío Aceite, todavía con ojos emprendedores. Pero el tema ya está conversado en esta casa y es definitivo el no. Mucha noche, mucho cansancio. A los 76, el Tío Aceite se retira jugando con sus perros y sentado tomando la sombra de su antejardín. No se podría decir que colgó la cotona porque esa chaquetita celeste que luce en el famoso video terminó en la basura. Su señora justifica haberla botado porque, la verdad, tenía mucho aceite. POBLACIÓN LA ANTENA. En el lugar Juan Alfaro es conocido por su amor por el fútbol y Coquimbo Unido. Junto a su familia va a mirar los partidos amateurs los domingos por la mañana. 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