Johan Berna Las luces de un pueblo sin electricidad Bush in Action septiembre 27, 2021 Crónicas, Economía y Negocios Turbios, Reportajes 1805 En la noche de la costa sur de Tarapacá, las caletas se reconocen por las luces de sus postes de luz. El conductor puede decir “ahí está San Marcos”, o “ese es Río Seco”. Pero Cañamo no. Aunque por años estuvieron junto a una termoeléctrica, desde que ese lugar fue poblado nunca han tenido el servicio eléctrico. La razón estaría en una paradoja burocrática que ellos mismos no se explican: como tal, al parecer no existen ni como caleta ni como pueblo. Por Ignacio Araya, desde Iquique Julia Quezada mira hacia arriba y empieza a contar todos los lugares donde ha vivido, apegada a la arena, las rocas y las olas. Paposo, Chipana, Cobija, Tocopilla, Mejillones. Todos pueblos -sino ciudades- a la orilla del mar, ni tan distintos a su Taltal donde nació, ni al Coquimbo donde proviene su marido, con quien se lanzó a la aventura de vivir como nómades. Pero Cañamo era distinto. Acá de verdad que no había nada. Era el 95. Faltaba todavía un año para que inauguraran la carretera costera entre Iquique y Tocopilla, y la ruta 5, donde solo se ve desierto y uno que otro manchón de tamarugos era el único lazo de asfalto que unía esta parte del norte con el resto de Chile. Por eso, las caletas que están hacia el sur eran una especie de tierras apartadas de la vista del común de los conductores. ¿Quién se iba a venir a meter a un camino de tierra, donde no había ni agua, ni teléfono, ni luz? Julia sí. Su marido también. – La playa era buena, era un lugar bonito, todo era tranquilo- rememora con la nostalgia de quien recuerda un lugar que ya no es. Un cuarto de siglo después, Cañamo no es una playa solitaria como la que encontró la taltalina. A 65 kilómetros al sur de Iquique, ahora hay un montón de casas, calles más o menos definidas con nombre, pescadores que se lanzan a la mar en busca de alguna corvina, una termoeléctrica que dejó de funcionar hace poco por un lado, y la infraestructura de una minera por el otro. Literalmente están encajonados por la industria. Pero aún así no hay agua, ni luz tampoco. Teléfono sí, como todos. Hasta en los lugares más recónditos de Chile la gente tiene su celular, con la diferencia que en Cañamo hay ciertos horarios para enchufar el cargador, cuando las celdas de energía solar reciben la suficiente potencia del día. Paradójicamente, al lado de una empresa cuya labor era precisamente aportar electricidad al entonces poderosísimo Sistema Interconectado del Norte Grande, Cañamo nunca ha tenido luz. El tema es que administrativamente, según sus habitantes, Cañamo ni siquiera es considerado como un pueblo, ni una caleta. Solo existe, y ya. TIERRA EQUIS Si alguien vio la telenovela “Puertas Adentro”, que transmitieron por TVN en 2003, recordará un poco la trama. Un grupo de pobladores se tomó un terreno que el dueño, personificado por Pancho Melo, insistía en desalojar. Trataban, los echaban, pero ellos no se iban. La historia de Cañamo, cuenta María Zurita, primera directora de la Junta de Vecinos del pueblo, ha pasado en amenazas de desalojo. –Si se les ocurre a los marinos o a Bienes Nacionales sacar a la gente, yo creo que mucha persona mayor se va a morir en el intento cuando nos quieran sacar porque están acostumbrados. Han hecho su vida, tienen sus hijos, son tantos años… El iquiqueño tiene la costumbre de irse a la playa durante todo el verano. La conexión de la ruta 1 hacia el sur permite un sistema de vida en que los veraneantes se instalan, hacen tiendas con lona o carpas, y esperan que venga el camión del agua. Los generadores diesel darán energía a la tele, al super parlante con cumbia, y el mar dará lo suyo durante esas largas semanas. En el papel, acampar todo un verano podría ser calificado como una ocupación ilegal, pero en Tarapacá es una costumbre tan antigua que no hay autoridad que se atreva siquiera a cuestionar una necesidad tan básica de los iquiqueños como estar cerca del mar. PANELES SOLARES. La única solución para los vecinos es contar con estos kits, que si bien son eficientes, tienen un alto costo. Pero el verano termina, y Cañamo volvía a ser el puñado de casas bordeando una pequeña bahía. Los habitantes de siempre, la tranquilidad. – Por los años que tenemos, nos tienen como “asentamiento humano” que es igual que una toma. Los marinos se tenían que ir a Chanavayita pero todavía no se van. A nosotros no nos admiten mucho, no nos toman mucho en cuenta. Pasó la luz hasta Chipana, y porque nosotros no estamos declarados como caleta no nos dieron. Los marinos tienen luz. Todos tienen luz, ¡si pasa por acá arriba!- dice Julia Quezada, hoy relacionadora pública del pueblo. Cada casa tiene su panel solar, una inversión cara pero totalmente necesaria en un mundo con refrigeradores y comida que se echa a perder si no se enfría. Julia hizo dos instalaciones: una tiene seis placas y la otra cuatro. Cuando se acaba la luz de uno, pone el otro para que dé electricidad hasta la noche. La técnica para mantener la comida es desenchufar la congeladora a las 4 de la tarde, cuando el trozo de carne para guardar esté lo suficientemente duro como para que aguante hasta la mañana siguiente. Es un ir y venir de enchufes. – Sale como 600 lucas un kit básico– cuenta Cristal Tapia, vecina de una de las pocas casas de dos pisos que hay en la playa. – Cuando se empieza a nublar, empieza a bajar la intensidad, y ahí uno enchufa y prende el generador. En el living de su casa, sus hijos están jugando Playstation, pero solo lo pueden hacer hasta cierta hora. Por la pandemia, los tres niños tienen que conectarse a internet para entrar a sus clases online, pero su permanencia en el aula virtual –a la larga– va a depender de cuanta luz solar llegue a la casa. El ordenamiento territorial -o sea, lo que define si Cañamo es o no un sitio para vivir- obedece a un plan regulador, que es el que define en una comuna qué zonas son residenciales, cuales deben ser utilizadas para uso industrial, entre otras. En Iquique, el plano data de 1981, y a la fecha se trabaja en un anteproyecto para su actualización. En uno de los planos propuestos, Cañamo está dentro de la “Zona de Protección Costera”, definida por la Ordenanza General de Urbanismo y Construcciones como “en la que se establecen condiciones especiales para el uso del suelo, con el objeto de asegurar el ecosistema de la zona costera y de prevenir y controlar su deterioro”. En otro, el espacio cuenta como “Zona de equipamiento preferente”. BUSH IN ACTION intentó tener una opinión del municipio sobre el tema, sin éxito hasta el cierre de esta edición. HUIROS. Cristal Tapia cuenta que sus hijos deben ir a clases online por la pandemia, pese a las dificultades eléctricas. LA ESPERA Es mediodía. Un bote anaranjado se acerca lento hacia la costa. A bordo, un hombre de gorra blanca trata de remar lo más cerca posible de un trozo de roca que alguna vez fue un bloque de hormigón. Antes era el pequeño muelle que los mismos habitantes de Cañamo construyeron para que recalaran las chalupas, pero una marejada lo echó abajo y ahora hay que afirmarse de lo que sea. Cuando el botecito ya está a centímetros del ex-muelle, hoy amasijo de cemento pegado a la roca, los dos pasajeros se levantan para sujetarse y saltar a la orilla. El primero toca tierra firme, mira hacia atrás y ve que su compañero cayó al agua. Solo su cabeza está en la orilla, con más cara de resignación que enojo. Entre dos tratan de ayudarlo a salir del mar, hasta que el hombre por fin se aferra y da unos pasos. Se toca el pantalón y del bolsillo saca un celular chorreando. – Han caído varios viejos al agua– reflexiona Ramiro Cuevas, buzo y pescador de Cañamo. –Ibamos a hacer una escalerita, ahí quedó un pedazo. Cuevas es uno de los trabajadores del mar de la zona que ahora ven limitada su capacidad de producción. Como están construyendo unos puertos para el carguío de concentrado –es lo que cuenta–, los botes no pueden ir a pescar ni bucear cerca de las faenas. En noviembre, dice, ese trabajo comenzó a agilizarse y no hay vuelta atrás. Cuando le preguntan si la nueva edificación perjudicará su vida, el hombre dice que tiene pro y contra. Pro, que traer trabajo a la zona es muy bueno, porque dicen que van a quedar 2.500 contratados. Contra, que los pescadores van a tener que ir a buscar otras zonas para seguir en lo suyo. No podemos ir en contra del gigante que es la minería, dice. – La comunidad era chiquitita y estaba a mal traer. Llegó la minera y empezaron a ofrecer algunos proyectos, atenciones, algunas cosas. Esas atenciones se ven en varias caletas y se coordinan en mesas sociales comunitarias. Collahuasi, por ejemplo, pone puntos de reciclaje, o una red de costureras para fabricar mascarillas. Es, según dicen, la parte bonita del progreso. EMPAPADO. Un hombre cae al agua cuando intenta desembarcar en el montón de rocas que queda del ex muelle. LA PARTE MALA – Mi marido murió de cáncer. Le tomó los nervios y después a los pulmones. Ahí tuve que seguir sola- cuenta Julia Quezada. Hace más de dos décadas que el compañero con el que llegó a Cañamo ya no existe. La historia está contada en un tiempo en que la termoeléctrica Tarapacá, generadora a carbón y propiedad de Enel, era literalmente un dolor de cabeza. Se dice literal, porque era uno de los síntomas que los pobladores decían sentir por las noches. Quezada no sabe si era ácido, o carbón. Pero sí recuerda que cuando caía el sol, bajaba un humo que los hacía despertar del ahogo. Mucha picazón de nariz, mucha cefalea. Ella lo asimila como cuando lanzan una bomba lacrimógena y la sensación de sentirse en permanente sofoco. No tiene a ciencia cierta un estudio que diga que efectivamente la gente se contaminó, pero sí que cuando le pusieron candado por fuera a ese lugar, se acabó el famoso humo por la noche. La Central Tarapacá debía cerrar en mayo del año pasado, pero su fin se adelantó para enero. María Zurita, a su lado en la mesa, dice que recuerda que el caballero de al lado murió por un infarto, era asmático. – La gente falleció sin hacerse un examen (…) Hay mucha gente que ha muerto de esa enfermedad, por contaminación. En la carretera hacia el sur, junto con un letrero verde que avisa que se está en el sector de Patache, hay uno que indica hacia donde se encuentra “Playa Cañamo”. En el piso, hay otro hecho con un cholguán y rayado con spray negro que emplaza al alcalde de la comuna: “Soria, Cañamo es Iquique, trae agua”. El autor de ese letrero es Helbert Hams, buzo, mariscador y hoy dedicado al servicio de embarcar a turistas amantes de la pesca que no tienen un bote que los lleve a la mar. Hams los lleva y los trae. A veces les va bien y en otras ocasiones los visitantes se caen al agua por la falta de muelle, como hoy. Hams está de brazos cruzados, una polera negra con el nombre del pueblo y da grandes aspiradas de un cigarrillo al hablar. – La municipalidad tiene problemas con sus camiones y a raíz de eso nosotros somos los perjudicados porque no tenemos una constancia con el agua. No viene cada 15 días. A los 15 días el camión está malo, que no tiene frenos… siempre tienes que estar restringiéndote con el agua. El microempresario dice que ha pasado días sin tener agua dulce, y tiene que salir a comprarla. Sin agua, hacer un emprendimiento relacionado con el mar -ejemplo, vender pescado, poner un local de empanadas- no será posible porque no habrá autorización para hacerlo legal. Como tampoco hay alcantarillado, los baños van a dar a las fosas sépticas, carísimas de vaciar. Traer un camión de Iquique para que saque hasta la última gota de feca, cuesta 180 mil pesos. BUZO. Ramiro Cuevas dice que con las obras de Quebrada Blanca, se limitó el acceso a cierta parte de la playa. Además, está el problema de la población. Cañamo tiene el triple de habitantes que hace unos años, asegura el hombre, lo que hizo que el servicio de agua potable sea más complejo para todos. Como primer director del sindicato de pescadores, uno de sus objetivos es poder al menos luchar para tener esos servicios básicos que un asunto burocrático les impide. Que los nombren caleta sería un paso enorme en el futuro del pueblo. La razón de porqué no los han desalojado, dice, es que la caleta llegó antes que el progreso, ese mismo que los tiene encajonados. –Al ser caleta, regularizamos terrenos, todas estas tomas nuevas que hay no se hubieran parado. Porque ahora es terreno de nadie, alguien quiere hacerse una casa y se la hace. – ¿Qué futuro le ve usted a Cañamo? – Yo creo que va a desaparecer. – ¿Los van a echar? – Sí. Yo creo que por ahí apunta. Somos la única caleta en el borde costero de Iquique que no tenemos muelle, no tenemos luz y no tenemos agua. ¿Y por qué? Helbert Hams termina de fumarse el cigarro y se despide. Sin certeza de un futuro con agua, luz o al menos, títulos de dominio -imposible-, el hombre cree que desde el sindicato podrán tener al menos el apoyo para levantar un proyecto que les permita construir una losa o una baranda para que los botes puedan llegar a algún lado y que la gente no se caiga al agua. Aunque no está declarado más allá que con el tecnicismo de “asentamiento humano”, afuera, en la carretera, hay un letrero verde que al menos le pone un primer nombre a este lugar. Dice, con grandes letras blancas: “Playa Cañamo”. Playa. Una playa que en la noche, así como en el papel, es invisible. Así como a esa hora los paneles solares ya no tienen razón de ser. FILETEO. Además del pescado de la zona, los habitantes de Cañamo deben abastecerse en Iquique. Hacer Comentario Cancelar Respuesta Su dirección de correo electrónico no será publicada.ComentarioNombre* Email* Sitio Web