Una de las caletas más populares del litoral que une a Tocopilla con Iquique extraña a su Mickey gigante, sus carretes juveniles y a los turistas del norte. El cadáver de un poodle en una cabaña evidencia que dejó de ser atractiva para las mayorías. La vida de mar sigue ahí, algo triste, pero no melancólica. Las cosas en Urco tienen un gusto familiar.

Por Ángel Guzmán desde Urco

Las olas de Urco traen felicidad, humor, vidas, minas ricas y udis, congrios, cervezas, motos, pescadores, robos, vacaciones en general. Estallan con fuerza en los roqueros dándole pincelazos blancos y chispeantes al cielo del atardecer que, tras guardar al sol bajo el mar, convierte todo en oscuridad en esta caleta ubicada a 40 minutos en auto al norte de Tocopilla.

Al principio de la década del 2000 Urco comenzó a poblarse por familias de Calama, Tocopilla, Antofagasta y el norte principalmente. Todas instalaban una cabaña, desde blancas enteras pertenecientes a médicos hasta otras estilo flaite, o de la clase minera que experimentaba la transición a ser los rotos con plata, adquiriendo propiedades, en este caso, tomas. En aquellos tiempos era complejo encontrar un lugar en sus orillas rocosas. Todos iban de vacaciones a Urco.

Glenn Guajardo (29), operador de planta en la minería en Calama, hace 15 años visita la caleta porque su padre “agarró” un terreno. Es uno de los pocos que sigue yendo en auto y con familia.

“Antes había más juventud, se dejó mucho Urco. A esta hora (13:00) estaba lleno, ahora hay poca gente. Se desprestigió por el tema de los robos. Si se te meten a una cabaña y te roban todo, no te dan ganas de venir, te desanima y la gente dejó de venir por eso mismo. Antes era boom, buscabas espacio para poner un quitasol y ahora te sobra”, cuenta Guajardo sentado en la arena.

Glenn aún visita Urco en auto y con familia

En esa época vivían seres divinos en Urco como La Chica, El Beto y El Moto, este último se caracterizaba por ser un buzo/pescador/mariscador que no podía cumplir estas tareas, porque todos le demandaban trabajos de mecánica y electricidad. Arreglos de refrigeradores los hacía a cambio de cervezas y cuando le llevaban una moto atendía a puras chuchadas. Cobraba barato.

Se extraña al Moto y al Mickey gigante, de unos cuatro metros, que resguardaba uno de los populares negocios de la caleta. ¿Lo quemaron quizás para un año nuevo o un cumpleaños? No sé, pero fue destruido por el fuego. Era bacán, porque decían ‘vamos a comprar al Mickey, sí sí al Mickey’.

La nostalgia me envuelve al recorrer sus calles udimente en una cuatrimoto. La mayoría de las cerca de 520 cabañas están en completo abandono. Hasta hay un cadáver de un poodle en una considerando que aquí hasta hubo una especie de pub.

Pese a estos antecedentes, hay personas que se han vuelto parte del barco ubicado sobre la piedra más alta de Urco, estilo Holandés Errante, como la huirera Carolina Huerta, nacida en Arica y radicada aquí hace 10 años.

Su lema es ‘el que viene a Urco no se puede ir si no prueba un ceviche’, porque también se dedica a prepararlos esta mujer modesta que antes arrendaba una pieza y ahora tiene su cabaña, donde vive con sus dos hijas.

Charlie y Carolina

“He sido pescadora, huirera y comerciante”, relata Huerta. Junto a ella viven unas 19 familias dedicada a los oficios que componen la economía de la caleta: buzos, mariscadores, recolectores de orilla, personas que construyen cabañas y cuidadores de cabañas (también hay un centro de rehabilitación para drogadictos y alcohólicos y allí hay trabajo de pastor).

“Acá tengo mi trabajo y acá estamos haciendo cosas con la junta de vecinos y el sindicato para mejorar la caleta”, dice Carolina esperanzada mirando la mar a ver si llega algún bote.

Ciencia y tecnología

A unos metros de Carolina, desconchando choritos con un cuchillo e introduciendo su contenido en una botella de plástico, Charlie, el presidente del Sindicato de Buzos y Pescadores de Urco, relata los cambios de esta caleta: “Antes uno iba y cargaba el bote en dos tres horas, había especie, había recursos”.

Esa garantía ya no existe por la depredación de los humanos en la costa, específicamente con el huiro que arrancan de raíz. También por la falta de autoridades que regularicen este trabajo (hay que tener una credencial de recolector de algas), y la misma necesidad de trabajar convoca a muchos indocumentados.

“El calentamiento global hace que la temperatura del agua aquí sea de 26º en la orilla y eso hace que haya especies muertas en la playa, pero normalmente esto es una caleta de pescadores”, comenta Charlie introduciendo su cuchillo en el centro húmedo del marisco que sostiene.

¿Qué tal la vida de Urco? “Tranquila, pero amigos de lo ajeno cagan la weá, de 2002 a 2005 era tranquilo, después llegaron y desaparecieron turistas. Ahora volvió a ser tranquilo”, responde Charlie.

El panorama económico no es tan malo, ya que los pescadores del sindicato se adjudicaron un fondo del gobierno y cuentan con iluminación fotovoltaica y fueron a hacer un curso de jardinería de mar al sur.

Y lo bueno es que más allá de las aguas tibias sigue existiendo gente que disfruta de la vida de mar. Nadan en ellas, pero también les resulta más difícil encontrar el alimento.

El canela

El Canela (Raúl Muñoz Olivares) tiene una rutina ligada al tema: despierta temprano a tomar la choca, a las 8:00 anda mariscando, de ahí hasta como las 14:00 bucea un ratito y después vende su mercancía. Todo es relativo en torno a su suerte en esta vida.

“Teníamos el fuerte del buceo del pescado, por ejemplo: el congrio, el lenguado. El congrio sale, pero con el agua tibia se van más a lo hondo. Yo te buceo hasta 20 metros no más, eso es lo que nos tiene permitido la ley a nosotros”, explica Canela con un tono humilde en su voz.

El buzo que usa arpones cuenta lo interesante que es andar debajo de las olas de Urco, en sus roqueríos submarinos, alumbrando con una linterna en las cuevas en busca de sabrosos congrios que terminan en los sartenes de las familias que poseen una cabaña ahí.

¿Cómo es la vida de mar? “Sacrificá, tiene harto sacrificio, pero la gracia es que aquí nadie te manda, tú trabajai lo que querí y así como a veces ganai, a veces perdís poh. Yo he perdido dos botes que he dejado fondeaos”, dice el pescador Canela.

Al principio de la década del 2000 Urco no contaba con la estación de red satelital de ahora, con la que los marinos informan el pronóstico del mar. Sí existía más droga y robos, pero los delincuentes están en prisión o cometiendo delitos en otro lugar. No hay mucha gente, pero se disfruta de la tranquilidad familiar y el ambiente amistoso.

El Canela conoce al Moto y dice que su presencia humorística hace falta en la caleta.

“La vida en Urco es linda, aquí con la mar mala uno va al huiro y con la mar buena va al buceo, pero es linda, tranquila, lo que sí es caro. Por ejemplo este año le puse un negocito a mi señora, pero barato, uno quiere que la gente venga, no que se vaya”, expresa el Canela dándose golpes en el pecho con orgullo por vivir entre las olas de Urco.

El lugar donde estaba el Mickey gigante

Sobre El Autor

Revista antofagastina dedicada a la venta de completos por 500 con delivery a dos lucas si es que es de Homero Ávila hacia el sur. Con la plata compramos pitos e imprimimos la revista en papel servilleta.

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