Sus concesionarios y comensales recuerdan cómo, en medio de asados y paseos de curso, el restorán fue dando identidad a un espacio que recibió a los chuquicamatinos trasladados a Calama, cerrando el ciclo de tradicionales brindis a orillas de río.

Por Felipe Núñez, desde Calama

Aunque El Peuco cerró sus puertas en la década del 2000, su legado permanece vivo en la memoria de los calameños. Muchos recuerdan con nostalgia las comidas en familia los fines de semana, los cumpleaños celebrados y los encuentros con amigos. Hoy solo queda la fachada y los pimientos. El lugar se encuentra totalmente cercado y sin accesos públicos.

La familia de Elba Codoceo y Antonio Defilippis pasó cerca de 25 años viviendo y administrando el lugar recientemente demolido y que forma parte del interior del perímetro del Colegio Chuquicamata, y que anteriormente fue el patio de estas personas que fue- ron uno de los concesionarios del restorán vinculado a la Asociación Nacional Gremial de Supervisores del Cobre (Ansco).

“Según lo que me contaron las otras personas que trabajaron conmigo, me refiero a los garzones, de repente maestros de cocina, que cuando se reunían la directiva, cuando empezaron este tema, entonces vieron qué nombre le iban a poner al lugar. Y como a ellos les gustaba el tema del animal y vieron que ahí había muchos peucos, y todavía existen. Entonces le pusieron El Peuco al restaurante. Y cazaron uno, tenían uno y estaba embalsamado. Lo teníamos en el bar, arriba y ahí estaba el ave esa”, recuerda Elba Codoceo.

En 1983 ella y Defilippis comenzaron su labor allí junto a su hijo de ocho años y en 1986 tuvieron a su segunda hija. En sus inicios atendían exclusivamente a personal de Ansco, pero desde 1985 empezaron a atender a todo tipo de público y hacer eventos.

“Ahora por todos lados hay camping, pero en ese tiempo no existían tantos. Estaba El Peuco, estaba La Quinta América donde está el de Extracción (hoy) en ave- nida La Paz. Y aparte de eso es- taba La Quinta El Bosque, donde hicieron departamentos. Que era muy nombrada de esos años. Que después la gente igual peleó para que no lo demolieran porque era patrimonio tantos años y todo, era bien antiguo, pero igual lo de- molieron”, dice Elba Codoceo.

ATARDECER. Los jóvenes que hacían carretes y destruían las rejas del perímetro del restorán llegaron a tener batallas con los guardias del colegio, hasta su demolición.

El restorán consistía en una casona de adobes con tres piezas grandes. Elba nos explica que los muros fueron puestos de tal manera que su ancho era de unos 50 centímetros; también hubo una ampliación, hicieron una cocina, un comedor grande para 100 personas al interior y afuera un sector equipado para recibir hasta 400 comensales en un corralón. Adentro, dos pimientos quedaban dentro del comedor y, aparte de la pérgola que había en el corralón, había un canal que era cerrado por durmientes.

“Más abajo de eso había un sector donde se hacían asados, la gente iba a hacer su asado con sombrilla y tenía áreas verdes. Y abajo de eso estaba el río, que nosotros tratábamos de mantenerlo, y cuando había mucha gente, cuando estábamos con los garzones, llegaban los socios a veces y querían tomarse un trago o algo, y se iban al río y había que llevar- les el trago ahí al río”, cuenta Elba Codoceo.

El restorán se encontraba lejos de la ciudad y sus vecinos más cerca- nos a kms de ellos. Los servicios básicos, como luz y agua, llegaban a través del sector de La Banda. Solo se podía llegar en taxi o vehículo particular por la carretera, por un camino único que llegaba hasta El Peuco.

Allí, por muchos años, el menú consistía en empanadas, humitas, pastel de choclo, cazuelas y asados. Preparaciones que también se hacían en horno de barro. El personal de base que se requería para atender era de cuatro personas en la cocina y tres garzones, el cual se ampliaba a la medida de los eventos.

EL DECLIVE

El traslado del Colegio Chuquicamata, a principios del 2000, fue el inicio del declive del restorán, ya que se hizo otro camino para ingresar, disminuyeron los eventos, aunque seguían llegando clientes fieles. Además, en la ciudad ya comenzaban a abrirse nuevos campings.

Cuando hicieron el cierre perimetral para construir el colegio, el restorán quedó adentro y, en esos años, la constructora compraba almuerzos para los trabajadores en el local. “Yo empecé a ver que tenía que ir viendo qué hacía afuera. Porque se suponía que ya iba a salir. Por lógica, porque uno con patente de alcohol no iba a estar a los pies del colegio por todo lo que significaba. A todos nos dio mucha pena, a partir de mi hija, porque ella nació ahí, su patio era todo donde está el colegio”, relata Elba Codoceo.

Por esos años Elba ya tenía un nuevo local, Pollos Jama, en Calama y llevó ambos por un tiempo, hasta que finalmente dejó El Peuco, considerando además que su marido había fallecido en Uruguay en 1995. Recuerda que, desde el colegio, le indicaron que tenían intenciones que ocupar ese espacio para el Departamento de Bienestar y otros proyectos, pero nunca se concretaron. “Ahí quedó botado, quedó abandonado, después se transformó en… para que la gente fuera a dormir, a tomar, a quebrar vidrios, de onda de pitos y toda la cosa. Y en eso terminó”, revela apenada.

LA DEMOLICIÓN

Desde el Colegio Chuquicamata señalaron que el terreno donde estaba emplazado el restorán pertenecía a CODELCO que, el 2004 inaugura el colegio en Calama, y como dichas instalaciones quedaron al interior del recinto educativo, las demolió por razones de seguridad recientemente. “En las noches ingresaba gente y se pudo haber provocado un incendio o haber pasado alguna situación; estamos con estudiantes pequeños de primero a sexto básico en este sector, un poco al otro lado del límite. Entonces, por razones de seguridad y sobre todo por las situaciones que vivimos de noche, por la continua entrada de gente a consumir alcohol o gente de calle. Y eso llevó a que se analizara la situación y se decidió hacer desaparecer las instalaciones”, comenta Mario González, rector del Colegio Chuquicamata. El establecimiento ha utilizado este lugar para actividades de los estudiantes y trabajadores. Han hecho asados, celebraciones y algunas presentaciones.

El rector González también pasó momentos de juventud en el restorán. “Esta situación del nexo con una infraestructura me recuerda un momento de mi juventud y mi llegada a Calama donde venía a disfrutar junto con la familia. Pero hoy en día el nombre Peuco lo asocio a un sector poblacional, de hecho el nombre de El Peuco se trasladó a todo este sector de aquí, desde el Cementerio hasta el Puente Dupont, la entrada suroeste a Calama”, explica el rector.

La última actividad de la familia Defilippis Codoceo fue un baby shower de la primera nieta del matrimonio en el año 2008, ce- rrando el ciclo de anécdotas de fiestas de fin de año, paseos y retiros espirituales que se vivieron ahí.

“Me da penita, pero son cosas que van pasando, o sea son parte de la vida nomás por el avance de todo, pero el restaurante es el que le dio el nombre al sector, porque antes usted pasaba por afuera y al fon- do veía una luz nada más. Era una luz que siempre estaba ahí que era el restaurante. Fue una experiencia bonita, hartas satisfacciones de todo como hay en la vida, si esa fue nuestra casa por 25 años”, concluye Elba Codoceo.

Menú. Durante años el menú de El Peuco fue de asados, cazuelas, humitas y empana- das. Se hicieron muchos paseos de fin de año de los colegios.

DATOS FREAKS DE EL PEUCO. Mario González recuerda que, en el canal que pasa por acá El Peuco, en la década del 80, en una actividad de profesores desapareció un niño. Lo buscaron y no lo encontraron hasta que en la tarde apareció el cadáver en el canal que, en algunas partes, tiene una profundidad mayor a un metro.
Elba Codoceo contó que ocho de sus cabras y un perrito puddle fueron víctimas del Chupacabras en El Peuco, donde también una noche, cerca de las 3 AM, golpearon la puerta y no tenían idea de cómo ni porqué vieron a dos personas antiguas vestidas con gorros con vuelitos y vestidos anchos.“Eran dos personas antiguas cruzando hacia el sector con atados de leña en la espalda. No es que nosotros estuviéramos locos o dormidos, estábamos bien despiertos”, dijo Elba sobre esa noche en la que no ladró ninguno de sus perros. Llegó a tener 15 de ellos porque la gente los iba a botar.

 

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