La especie trucha arcoíris, presente en varios lugares de Chile, llegó
hace siete décadas al río más largo del país. Pescadores van a atraparla entusiasmados con sus anzuelos y cañas, pero se encuentran con un día de aguas turbias. Aún así capturarán algunas que terminan fritas y directo a disfrutar del pez introducido por los norteamericanos en los tiempos de la Anaconda Copper Mining Company en Chuquicamata.

Por Bryan Saavedra, desde Calama
Fotografías de Felipe Núñez   

Andan las libélulas por el aire que agita a las bailarinas y brillantes ramas de colas de zorro, planta característica de El Loa. El sonido de esta parte del desierto, en la que la interrumpe un delgado río, lo componen trinares de pájaros más sonoridades de otros animales ocultos en la naturaleza, donde predomina el ruido del agua, en algunas partes más violento que en otras. Las especies nativas, desde 1949, recibieron a la trucha café y a la trucha arcoíris de la mano de los norteamericanos que introdujeron a estos peces que podrían verse a simple vista andando en bajas profundidades, solo que enfrentamos los efectos del clima altiplánico con un paisaje de aguas borrosas.

“Lamentablemente hoy día no es un buen día de pesca, es lo único malo. Pero lo importante es que estamos acá pescando, si eso es lo rico acá”, dice Carlos Sandoval, pescador de Calama de 54 años, quien recuerda que la primera vez que fue a pescar al río fue hace unos 25, lo que ha seguido realizando hasta hoy.

“Cuando recién empecé a venir a pescar las truchas eran de mayor tamaño. Sacábamos truchas grandes de medio kilo, por ahí más o menos. Hoy en día, con el tiempo, ha cambiado. Ahora la trucha es más pequeña y cada vez se está poniendo más pequeña. No sé si será porque no se respeta la veda o el cambio climático será la razón, desconocemos”, relata en la quebrada previa al río, terminando de preparar la caña para bajar.

Por lo general los pescadores toman desayuno apenas llegan. Arreglan los equipos y caminan a la orilla cerca de las 9 de la mañana. Se pueden quedar hasta las 2 de la tarde ahí, conversando, compartiendo y pescando. Se acercan como grupo en el río, donde atrapan a la trucha para después freírla con sal en un pequeño campamento y disfrutar del panorama hasta eso de las 7, listos para volver a Calama.

PREPARACIÓN. Los pescadores desayunan y luego comienzan a alistar su caña y carnada de tebos para bajar al río Loa.

Por la mañana la cima del volcán es imposible de ver rodeada de nubes, hay semi círculos de ellas encima
de esta parte del río que pasa –no muy lejos– de la montaña. Nos rodean los cactus de cuidan el paisaje, la mayoría mucho más altos que nosotros. El curso de agua es color tierra, barroso; la lluvia de hace unos días convirtió en resbaladiza la ribera. Entre la vegetación tenemos la suerte de ver a un anfibio a las 10 de la mañana. Los pescadores, con la concentración frente a la dificultad de la corriente y sin visibilidad en lo que pasa dentro del agua, esperan el momento preciso para darle el tirón a la caña y atrapar a la trucha con una carnada de gusanos, similares a los que viven en los choclos calameños, llamados tebos.

“No solamente peces vemos acá. También vemos animales. Hay momentos en que aparecen zorros acá a la orilla del río, o los vemos pasar por arriba; guanacos, vicuñas, los burritos que aparecen por acá también, harto pato. Y un montón de aves. Hay harta biodiversidad de animalitos acá y siempre nos sorprenden”, relata Carlos Sandoval con quien después vimos llegar a un zorro para saludarnos desde la cima de la quebrada, atento con sus orejas puntiagudas, mirándonos, llevándonos a callar para sentir el ruido incesante del río.

Manejando la incertidumbre, con el agua marcada arriba de la rodilla, sus ojos brillan de emoción frente al tirón de la lienza en los dedos. La trucha se mueve en el fondo del agua barrosa con el tebo en la boca, pero en cosa de minutos y entre tironeos termina en la mano del pescador que la atrapa. Es la primera del día y don Carlos la muestra a la cámara.

RÍO. Carlos Sandoval atrapó la primera trucha en un día de aguas turbias. En un día normal los pescadores pueden obtener varias truchas.

 

 

 

 

 

 

 

 

En muchos ríos de Chile ha pasado lo mismo que acá. El biólogo pesquero Miguel Araya, de la Facultad de Recursos Naturales Renovables de la Universidad Arturo Prat (Unap), cuenta que la introducción de especies no endémicas, a nivel nacional, comienza a introducirse por 1860, “como lo indica Sergio Basulto en su libro de 2003 titulado El largo viaje de los salmones. Una crónica olvidada. Antes de la Guerra del Pacífico a nivel nacional (…) Hay que pensar que fueron gente que venía de Estados Unidos o de Europa y que llegaron aquí al sector de Calama”.

En 1905 en Chile se creó la piscicultura Río Blanco en la actual región de Valparaíso por el naturista alemán Federico Albert Taupp, la que hoy es propiedad de Codelco Andina, empresa que junto a la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso (Pucv), entre varios proyectos, produce alevines –crías más pequeñas–de la misma especie del río Loa, los cuales también están presente en otros lugares de Chile, ya que en 1905 se introdujeron, aproximadamente, 198 mil peces de la especie en los ríos Aconcagua, Paine, Tinguiririca, Lengüemo, Maule, Cautín y Toltén, hasta que en 1952 se construyó otro criadero de peces en Polcura, región del Bío Bío, con el fin de producir alevines y ovas de truchas arcoíris y cafés para repoblar la zona central.

El libro El Loa Ayer y Hoy de Héctor Pumarino relata que, hasta octubre de 1949, no estaba en las aguas de la región nortina la especie salmonídea de la trucha. Esto escribió: “William Wraith fue el pionero que hizo realidad el desarrollo de la trucha en las aguas de esta región; tarea en la que cooperó Graham Cadwell, quien durante años había trabajado en labores especializadas de piscicultura en Estados Unidos de América. Y entre ambos cumplieron la sacrificada tarea de colocar la simiente de la especie, distribuyendo más de 50 mil ovas (entre octubre y noviembre de ese año), y luego cuidar con admirable paciencia la aparición y crecimiento de los primeros peces”.

EMBALSE DE CONCHI. Esta foto de pesca en el río Loa fue publicada en el libro de Pumarino Soto en 1978.

“Cuando se traen truchas, cuando se traen los salmones no había ley al respecto, o sea no había nada que normalizara, regulara cómo debía hacerse, o si no debería hacerse. Entonces ellos traían y la tiraban no más a los ríos y lagunas. Hoy en día todo eso está normado, o sea pensando que uno va introducir otra especie”, explica el profesor de la Unap, Miguel Araya.

En el río Loa este proceso lo continuaron desarrollando Wraith y Cadwell, supervisando el crecimiento de la especie acuática por 1950 y sembrando nuevas partidas de ovas hasta 1955 –de acuerdo a El Loa Ayer y Hoy– con su propio financiamiento.

“En ese tiempo era la pura trucha arcoíris, la pusieron en varias partes de acá del río Loa y después introdujeron la trucha en el río Salado. Ese que está para otro lado. De ahí se fue acrecentando la trucha y toda la cuestión. Después ya la gente empezó a venir a pescar porque ya sabían que habían truchas”, dice Gilberto Canivilo de 67 años, jubilado que lleva pescando en el río Loa “casi continuo” de los 27.

El pescador, al lado de una zona que llaman Piedra del Zorro –ya que su forma es similar a la cabeza de ese animal–, cuenta que luego que se fueron los norteamericanos, una vez nacionalizado el cobre en 1971, esta labor la tomaron los trabajadores de la Unidad de Fluidos de la mina de Chuquicamata.

“Se llamaba así, porque ya parece que no existe y ellos siguieron con la misma onda de seguir implantando truchas, traer alevines. Ellos eran los que trabajaban en todas las abducciones de agua. Ellos tenían a cargo para Codelco las abducciones de agua y se llamaba Unidad de Fluidos. Ellos eran los que tenían eso y ellos siguieron hasta un cierto tiempo no más. Yo creo que hasta más menos por el año 75 o antes, después ya no se implantó más la trucha. Y como se fue generando y empezó a crecer y todo. Nadie venía a pescar trucha en ese tiempo”, recuerda Canivilo.

Han pasado 72 años desde que se introdujo la especie y el biólogo pesquero Miguel Araya en su auto, viajando por la costa desde Antofagasta a Iquique, donde la desembocadura del río Loa marca el límite entre las regiones, cuenta que no hay un estudio sobre el impacto de esto y que “cuando se traen las truchas y se insertan en los ríos no pensaron en el daño que podía provocar. El gran problema que se tiene es que, como no tienen depredadores y a su vez ellos necesitan comer, entonces se comen la fauna nativa. Los ríos, lagunas, lagos en nuestro país se caracterizan por tener una gran variedad de especies, sobre todo ícticas, me refiero a los peces, los cuales en muchos casos la trucha ha bajado la población de esta especie».

En 2008 se produjo la introducción de la trucha arcoíris en el lago Chungará, frente al volcán Parinacota, convirtiéndose en depredadora de la especie endémica Orestias, poniéndola en riesgo de extinción, a su vez, a su ecosistema por quitarle un elemento de la escala trófica. El tamaño de esta especie endémica va de 25 a 67 milímetros. Mientras que las truchas arcoíris alcanzan los 80 centímetros y han demostrado adaptarse increíblemente en diferentes lugares de Chile y el mundo, como este sitio ubicado a más de 4.500 metros sobre el nivel del mar.

Los pescadores nos cuentan que el pejerrey de El Loa convive con la trucha y a veces también lo pescan. El libro Biodiversidad de Chile del Ministerio de Medio Ambiente (2018) relata que “intensos muestreos en los últimos años indican un número extremadamente reducido de pejerreyes para el río Lluta, mientras que en las quebradas de Vítor y Camarones el pejerrey parece haberse extinguido localmente, quedando únicamente individuos en el río Loa, afectados seriamente por competencia y eventual depredación por parte de salmónidos introducidos, además de los eventos de contaminación de la actividad industrial en la región”.

PAISAJE. El desierto se rompe a medida que se acerca a un curso de agua, donde florece la vida.

De acuerdo al biólogo pesquero Miguel Araya este pejerrey es posible volver a sembrarlo en el río Loa, al igual que a la trucha, con fines científicos, por ejemplo: “Todo eso ya está normado. Pero no es llegar y sembrar. Vamos a suponer que alguien quisiera hacerlo, la Municipalidad de Calama, por decirte algo. Tendría que pedir permiso y por ejemplo comprar alevines y juveniles de truchas, por ejemplo. Aquí en Río Blanco hacen cultivo, o sea producen alevines y los venden. Entonces tiene que ir un camión con estanques con agua, oxígeno y trasladarlas al río, de esa manera se siembra”.

Desde una oficina el director subrogante de la Dirección Regional de Antofagasta de Sernapesca, Luis Llancamil, nos responde si es posible introducir una especie en el río Loa: “Sí se puede hacer. Hay toda una normativa respecto de la importación e introducción de especies. Pero no es llegar y traerlos. Estamos hablando que existen autorizaciones por parte de organismos públicos previos a esta introducción. Hay todo un estudio que hacer, hay toda una normativa que regula la introducción de especies”.

ATARDECER GRATIS

“Nosotros nos proyectamos en la mente. No pensamos en nada más que en pescar. No estás preocupado de lo que pasa en la casa, o qué pasó allá, qué pasa en el trabajo. La mente tuya solamente se dedica a pescar. Estay ocho horas pescando, seis horas pescando o cinco horas pescando. Pero te relaja. Es una terapia que te llega y es impagable”, relata Eduardo Vergara (63), jubilado de Codelco y pescador hace cuatro años en el río Loa. Contesta a nuestras preguntas en el agua.

Además de él, y los presentados en este reportaje, nos acompañan los pescadores Francisco Rivero y Michael Panire.

PACIENCIA. Los pescadores deben tener paciencia para lograr atrapar a la ducha, sobre todo en un día de aguas turbias.

FRITANGA. El día termina con las truchas pasadas por aceite hirviendo, ensaladas, arroz y bebida.

“Todos los años cambia el río. No siempre es el mismo río que viene. Por ejemplo, ahora tú lo ves con harta agua, pero puede que, en algún momento, todo esto esté tapado, completo. Entonces el río todos los años es distinto. Pero lo importante es que nosotros acá venimos y pescamos, si esa es la gracia”, explica Carlos Sandoval, quien nos mostró lo que empezó a ver en este paisaje, como la piedra con forma de cabeza de zorro y ahora la cara de un viejo entre las rocas que cada vez captamos menos, debido a la disminución de los rayos de luz. Don Carlos se la pasa observando y encontrando cosas de este estilo en los viajes que hacen por el río.

 

Pero la paz de estas aguas también es amenazada por la violencia y desobediencia de personas que infringen las normas de la pesca recreativa. “En todo el río es la misma trucha y muchas veces las que te ofrecen en los restoranes son cazadas con redes o con chinguillo acá”, cuenta Carlos Sandoval.

Luis Llancamil de Sernapesca, institución que fiscaliza de este tipo de pesca y controla el cumplimiento de su normativa, explica que “la pesca recreativa también regula el arte de pesca y esto está de nido para realizarlo con caña de pescar”, por lo que “si nosotros, como servicio, en una actividad de fiscalización, detectamos que el pescador recreativo está utilizando artes de pesca que no se ajustan a la normativa, obviamente serán acreedores de una situación al tribunal”.

¿Hay límites de captura? Llancamil dice que “es por actividad, máximo son tres ejemplares por actividad o 15 kilos, lo primero que se complete y se supone que, como es una actividad recreativa, no está permitida la comercialización de esta especie que provenga de esta actividad”.

AISLAMIENTO.Los paseos de pesca brindan un grato momento de aislamiento a las personas que se atreven a conocer estos paisajes de la región.

A pesar de ello el pescador Gilberto Canivilo dice: “Creo que los que vienen con la red, vienen así a pescar fuera de temporada, es por el comercio no más. Porque antes las vendían harto la trucha. Por ejemplo, en Chiu Chiu hay un restorán que vende todo el año trucha. Entonces eso nadie fiscaliza”.

El escritor Pumarino Soto nos cuenta en su libro publicado en 1976: “La pesca es preferida por centenares de personas, que en esta forma pasean, se distraen, descansan, conocen nuevos parajes, gozan del placer de un grato aislamiento y satisfacen el gusto de pescar codiciados ejemplares de esta sabrosa trucha. Pero hay que ser inexorables con quienes usan explosivos para la pesca en grandes cantidades de este pez, arrasando bárbaramente con toda la especie e incluso las ovas en el sitio en que lanzan el explosivo. Como también vigilar el cumplimiento de la época de veda. El turismo tiene un incentivo por la pesca en las aguas de nuestra provincia, y tenemos que cuidar este verdadero tesoro”.

La veda de la trucha comienza la primera semana de mayo y se extiende hasta la primera de noviembre. Al igual que en los años en los que se publicó el libro las personas continúan sumando daños al ecosistema, contaminando cuando dejan basura que después comen los zorros y otros animales.

“En los años cincuenta venía agua en el río. Entonces, esa es la diferencia: ahora el agua del río es poca. Si tú te das cuenta aquí nosotros, en esta parte, tenemos que venir de Calama dos horas para acá para arriba para que haya agua en el río. Y si tú te das cuenta, de Chiu Chiu para abajo, no hay agua en el río casi, son puras napas, el agua subterránea. Entonces por eso a veces la gente se desmotiva”, considera Eduardo Vergara en el atardecer del río Loa, cerrando sus ojos, sintiendo la silueta del sol pasar entre la repentina ceguedad, mientras no deja de sonar el agua en la que vive el pez con los colores de arcoíris que, en octubre, cumplirá 73 años de introducción en El Loa.

– ¿Qué cosa positiva cree usted que ha traído esto?
– Que la gente conoce donde están las truchas y las puede ir a pescar, pero del punto de vista del pescador recreativo, a ellos les ha convenido, pero biológicamente no. Ninguna introducción de especie exótica puede provocar algún bienestar- dice el profesor de la Unap, Miguel Araya.

COMPAÑERISMO. Las incursiones por el río Loa han hecho que este grupo de amigos sea más unido al enfrentar el curso del agua en diferentes circunstancias.

DETRÁS DE REDACCIÓN. Al finalizar el reportaje sobre la pesca de truchas en el río Loa, nos enteramos de la desaparición y muerte de Orlando Contreras, parte del grupo de amigos que se junta a pescar en el río. Desde esta revista, vayan nuestros sinceros pensamientos de fuerza y consuelo para su familia, esperando que pronto se esclarezcan las causas de su fallecimiento.

Hacer Comentario

Su dirección de correo electrónico no será publicada.