La primera frase que marcó el Presidente Gabriel Boric cuando comenzó la reunión con los partidos de Gobierno enmarcados en Apruebo Dignidad y Socialismo Democrático, fue algo que quizás, compromiso mediante, habría cambiado el curso de la historia unos meses atrás. “Primera reflexión: Nunca, pero nunca olvidar que trabajamos para el pueblo, no para los intereses individuales. Y eso requiere compromiso colectivo”, dijo.

Sin embargo, la discusión política días antes de ello fue precisamente todo lo contrario. La subida y bajada de Karol Cariola para la presidencia de la Cámara de Diputados fue un tema tan repetido como intrascendente para el pueblo. Que faltan votos aquí, van a sumar unos de allá, que ella sí, que el anticomunismo, que la misoginia… y un montón de discusiones que no pudieron haber estado más alejadas de lo que requiere el momento económico y social del país.

Más allá del hecho histórico que una comunista pudiese haberse sentado en la testera del parlamento, nuevamente se privilegió la dudosa importancia del simbolismo por sobre la utilidad real y pragmática, mucho más fome pero al menos eficiente. Quien presida la Cámara de Diputados -entendiendo en esta suposición que va a ser alguien de gobierno- no necesariamente va a garantizar que se cumpla la agenda legislativa del poder Ejecutivo ni menos, el ideal que se busca de redistribución justa de la riqueza, avanzar a un Estado de Bienestar o un crecimiento alejado de las malas prácticas del neoliberalismo.

Pero la conversación otra vez se fue por los bordes, incluso en el cónclave oficialista. Se habló de un veto o cierto afán anticomunista porque la diputada Cariola ya no tenía los votos para subir a la testera. La diputada Lorena Pizarro fue más allá: “El anticomunismo no logrará callar las demandas populares”.

Esta reacción pareciera terminar relativizando y hasta minimizando todo lo que sufrió el PC en dictadura, cuando realmente estuvo proscrito y muchos de sus militantes asesinados y desaparecidos. Ese sí era un veto real, impuesto por las armas y con varios de sus camaradas dando vuelta la espalda a sus ideas históricas para denunciar a sus antiguos amigos. El de hoy -suponiendo que es real- es simplemente una palabra al viento cuando el partido integra la coalición de gobierno por segunda vez en democracia, y tiene puestos de poder importantes. Lamentable tener que citar a Carlos Peña acá, pero tenía razón en su columna del otro día.

¿Es acaso importante para la clase obrera quien presida la Cámara de Diputados? ¿Se atienden las urgencias del proletariado -palabra desusada por los años- o de la clase media emergente que espera mejores condiciones de vida? En nada, si al final el Gobierno tiene los mismos votos en el parlamento y el lobby trabaja día y noche para conseguir el apoyo de una Democracia Cristiana fracturada hasta el cansancio y la suma que le significa el Partido de la Gente, un movimiento que nadie se esperaba ni que tampoco tiene base ideológica porque ni ellos tienen cómo explicarse cuando les preguntan si son de izquierda o derecha.

Como también hemos mencionado hasta el cansancio acá, la izquierda abandonó hace años las banderas de los trabajadores y se fue aburguesando cada vez más para encerrarse en sus lindos jardines con bonsáis en las lejanas comunas que tanto odiaban hasta hace poco, enclaustrándose en discusiones tan poco prácticas como si el que la diputada Cariola quedara fuera de la presidencia de la cámara es misoginia o no. Al final quedó el diputado Vlado Mirosevic. ¿La discusión en el PDG? Que porqué algunos de sus parlamentarios votaron por él. Las prioridades de las personas, el estallido social, las necesidades… bien, gracias.

Laca Mita

 

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