Es raro tratar de hacer un análisis o siquiera sacar una conclusión más o menos centrada de todo lo que ha pasado estos meses, porque todavía no termina y ni sabemos qué va a pasar mañana. En todo el mundo la gente se sigue contagiando, se sigue muriendo, sigue desesperada porque ya no puede trabajar o hacer lo que hacía hasta antes de marzo. Otros, en posiciones más cómodas desde la cómoda satisfacción de las necesidades básicas que tienen los pequeños burgueses que no quieren reconocer que lo son, se quejan de su salud mental por lo aburrido que encuentran estar viendo Netflix todos los días.

El coronavirus terminó siendo una invisible y dolorosa lección contra una soberbia humanidad. Los hizo acordarse de que pudo llevar a una persona a la Luna, pero lleva casi un año sin atajar un virus que se ha llevado millones de vidas desde que alguien equis tuvo la brillante idea de comerse un murciélago. Y le puede pasar a ti, a mí, a cualquiera. El virus es bien conchesumadre y no piensa si se está llevando al malo o al bueno, si se piteó a quien guardó cuarentena todos estos meses o a quien carreteó igual. Nos recordó que el karma no es más que la esperanza de los perdedores.

Todo este desastre, que mañana vendrá acompañado de otro desastre, el económico, nos hace recordar la trascendencia del ser humano más allá de lo tangible. La duración de la vida terrestre es insignificante frente a la duración de la eternidad, si es que creemos en eso.

Suponiendo que nos quedara poco, que mañana seamos la próxima persona en irse en un ataúd forrado en alusa, uno podría reflexionar en gastar este tiempo de tener empatía por el otro en gestos concretos, más allá de la crítica disfrazada de discurso de buenas intenciones. Sería buena idea aprovechar de salir y repartir billetes de mil a las personas que revisan los basureros del centro para comer algo. Esa misma plata que se va a transformar en marihuana o cocaína para dar una transitoria sensación de bienestar, se puede convertir en el plato de comida de alguien que perdió la pega cuando un día le dijeron que la situación económica no daba para más.

Esta edición tiene harto de eso. Investigamos, encuestamos y decenas de personas nos contaron que están drogándose más, principalmente por aburrimiento. A esa misma hora en que alguien está apretando la yerba en el papelillo OCB, unos vecinos están pelando papas para preparar un guiso que comerán cientos de otros vecinos suyos. Placer para rescatar la salud mental por un lado, supervivencia para rescatar la salud física del otro. A ambos extremos los une algo: que al final es otro el que tiene la culpa de su problema.

Sin embargo, la situación también podría leerse al revés: ¿Qué nos metemos nosotros en hueás con la vida del resto? Si alguien tuviera la plena conciencia de que podría morir mañana, ¿no buscaría disfrutar sus hipotéticos últimos días tomando copete, fumando yerba, comprándose un LED bacán para ver esos partidos sin públicos en la tele?

Por eso no se puede concluir algo sobre lo que está pasando. No sabemos qué irá a pasar mañana.

Laca Mita

Hacer Comentario

Su dirección de correo electrónico no será publicada.