Por las paredes de esta oficina salitrera y campo de presos políticos se oyen historias de las personas que dieron vida a este monumento, derrumbado en su mayoría y saqueado, que guarda una recopilación de antecedentes que indican el paso destructivo del tiempo. 

Por Bryan Saavedra, desde Chacabuco
Fotografías de Antón Salinas 
 

Se acabó el pueblo. De un día para otro se terminó la vida en la Oficina Salitrera Chacabuco, construida entre 1922 y 1924 cercana a la ex boliviana Oficina Salitrera Lastenia Salinas, donde vivieron 5 mil personas hasta 1940, cuando cerró sus puertas producto del avance tecnológico para someterse al desmantelamiento constante. La gente se quedó caminando por el desierto mientras saqueaban hasta las puertas y ventanas de las casas que después habitaron presos políticos (1973-1975), quienes vuelven al monumento ubicado a 105 kilómetros al norte de Antofagasta, o sus familiares, buscando respuestas a las preguntas sobre su identidad.

La plaza, las casas de los obreros, el sitio donde funcionaba el Consejo de Ancianos de los presos, el lugar donde uno de ellos se suicidó, el teatro con su techo destrozado donde se presentó Roberto Bravo, los pasillos por los que corrieron niños de épocas salitreras del norte chileno, los que vuelven incluso convertidos en cenizas para volverse uno con las ruinas. La destrucción está presente.

Este monumento nacional de 36 hectáreas dejó de tener población regular y continuó siendo habitado por cuidadores con el fin del salitre. Nacieron niños que fueron a la escuela a Antofagasta. En 1971 las ruinas fueron declaradas monumento histórico, al igual que 49 sitios así que existen en la región de Antofagasta nombrados como tal por decretos o decretos supremos.

“Hemos conocido personas que han llegado a Chacabuco manifestando que ellos vivieron en Chacabuco, pero son personas de muy avanzada edad”, dice Jorge Molina, presidente de la Corporación Museo del Salitre Chacabuco, entidad que desde 2003 se encarga del sitio denominado, desde 2017, Oficina Salitrera y Campo de Presos Políticos Chacabuco.

Molina es parte del directorio que gestiona recursos para implementar obras de restauración, mejoras e intervenciones con la aprobación del Consejo de Monumentos Nacionales (CMN). “En eso tiene mucha importancia la declaración de monumento nacional, porque ahí nosotros podemos postular a financiamiento privado afecto a la Ley de Donaciones Culturales. Entonces uno postula a un proyecto; gracias a eso mantenemos, por ejemplo, año a año a los trabajadores que prestan un servicio de guía turístico, pero que al mismo tiempo ayudan a cuidar el lugar”, explica.

Desde 1992, cuando el Goethe Institut de Alemania restauró el teatro, no hay obras en el lugar que -aún así- mantiene una vinculación cultural con la comunidad de Antofagasta y Baquedano, mediante presentaciones como la del 5 de noviembre del grupo Inti Illimani en la que se dispusieron buses para llevar gente desde la capital regional. La Municipalidad de Sierra Gorda también realiza un festival de canto una vez al año.

PATRIMONIO. Chacabuco tiene una historia de más de 100 años junto a los pueblos del norte.

TESTIMONIO. El Cristo tallado en la plaza de Chacabuco recuerda el horror que vivieron los presos políticos en los primeros años de la dictadura militar.

El último saqueo sucedió en el 2002, cuando Carabineros de Baquedano detectó un camión cargado con pino oregón proveniente de Chacabuco. Después de eso se implementó un Plan de Manejo con la Escuela de Arquitectura de la UCN financiado el Gobierno Regional de Antofagasta durante 2004- 2005 y autorizado por el CMN.

“Hay que resaltar que los símbolos de identidad que nosotros tenemos son escasos”, destaca Molina y ejemplifica con lo que ocurrió recientemente en la Mano del Desierto y el derrame de ácido sulfúrico. “Creo que a Antofagasta le hace más falta trabajar estos factores de identidad, de pertenencia, esto es mío, y constantemente van familias a visitar Chacabuco para saber dónde vivió su abuelo, su bisabuelo”, cuenta sobre estas murallas resistentes al olvido.

APRENDIZAJE

Por el piso resquebrajado, o de tierra, encima de la historia encuadran una película vertical para la aplicación TikTok estudiantes de octavo año del Colegio Divina Pastora de Antofagasta. Montan antiguos vehículos y conocen objetos que usaban antiguos habitantes de la salitrera a la que llegaron a las 8 de la mañana y recorrieron hasta la hora de almuerzo. Descansan en la entrada bajo la sombra.

“Es un tema muy bueno, porque reconocemos la historia que hubo antes y podemos venir a verla, a examinarla, podemos saber más de sensaciones sobre nuestra historia. No solamente leyendo, sino también viéndolo y tocándolo. Me parece una muy buena idea; lo que sí, no sé si todos los patrimonios estén cuidándose justo ahora, porque de hecho afuera de Chacabuco hay una salitrera que está totalmente abandonada”, dice Deyris Cogler mientras la observa su amiga Thiva Ortiz, ambas de 13 años.

“Es una idea muy buena que hagan estas incursiones porque podemos vivir la experiencia de cómo esas personas, en 1920 por ahí, en qué circunstancias vivieron, cómo han sobrevivido y, por los temblores y todo eso, está igual medio derrumbado, pero se conserva la idea y la sensación. Igual se pueden ver cómo eran las construcciones, los materiales y la historia de cómo pasó todo esto”, aporta Thiva.

La visita afectó a algunos del curso por el calor que no da tregua. La mayoría están interesados por el tour astronómico que realiza durante la noche en Chacabuco. El profesor de la escuela, José Valdevenito, comenta que “por el perfil del curso: es bastante preguntón, tienen bastante ocupado al guía y obviamente les interesa mucho lo que es tratar de rasgar un poco en la historia de su zona”.

En 2017 casi 14 mil personas visitaron Chacabuco. Post estallido social y pandemia las cifras bajaron. El año pasado vinieron 1.200 visitantes. Los colegios entran gratis al lugar y puede agendar una visita llamando al teléfono 935813266. En la foto Thiva Ortiz y Deyris Cogler.

HISTORIAS

Desde la entrada el guía turístico y cuidador de Chacabuco, Iván Pozo (50), habla con los encargados de la escuela para que los jóvenes terminen el recorrido que conoce de memoria. “Yo comencé hace un tiempo atrás con cinco minutos de historia y actualmente tengo más de tres horas de narración de historia de esta oficina”, revela quien ha recopilado información en el lugar y mediante relatos de los visitantes hace más de seis años.

Aunque Iván es de Rengo, sexta región, le llama la atención cómo los hombres supieron sobreponerse a las dificultades de vida que plantea el desierto, especialmente en los trabajos que obligaban a obreros a cargar sacos de hasta 80 kilos, no como los 25 kilos de ahora que fijó la norma. “Han cambiado todos los temas de seguridad del trabajador, al obrero que en estos lugares les pagaban con fichas, que no tuvieran baño adentro de la casa, que no tuvieran agua adentro de la casa. Entonces condiciones bien precarias, pero aún así la gente se metió a trabajar en estos lugares”, dice Iván.

“Estos lugares que están acá le dieron mucho trabajo en general a nivel país a la gente, porque tomemos en cuenta que había más de 200 oficinas como esta”, continúa quien se encarga de cuidar, regar los árboles, arreglar los cierres y recibir a quien desee venir. La atención al público en Chacabuco es de 9 a 18 horas todos los días, ya que Iván tiene un compañero de contra turno: Ricardo López que realiza sus mismas labores, también por siete días. “Por algo estamos acá, por algo nos quedamos siete días y noches solos”, afirma.

En 2017 casi 14 mil personas visitaron Chacabuco. Post estallido social y pandemia las cifras bajaron. El año pasado vinieron 1.200 visitantes. Los colegios entran gratis al lugar y puede agendar una visita llamando al teléfono 935813266. “Vengan a conocer el lugar, hay condiciones: hay baños, hay agua, hay lugares por si la gente quiere comerse una merienda, si alguien quiere venir a celebrar un cumpleaños acá. También estamos haciendo astronomía acá”, invita Iván.

RELATOR. Iván Pozo le cuenta la historia a los visitantes. Ha ido reuniendo información de archivos y el relato de las personas.

ARTÍCULOS. En la entrada del lugar los turistas pueden conocer las herramientas y objetos que usaron los habitantes de Chacabuco.

PRESOS

El documental Chacabuco, memoria del silencio (2001) de Gastón Ancelovici cuenta cómo los presos políticos vuelven a la salitrera a contar sobre el dolor que allí vivieron y la solidaridad que los unió. Entre ellos hubo conocidos como Jorge Montealegre, Alberto Gamboa, Ángel Parra y Orlando Valdés “El Caliche” que talló un Cristo en la plaza en 1974.

En la película conversan sobre cómo se organizarón para vivir en un lugar que los recibió sin puertas ni ventanas. Fueron haciendo más muebles, sillas y mesas por ejemplo, con madera que reciclaban de las literas apretujadas de las casas, las cuales significaban un avance y cierta comodidad al compararlas con las condiciones que venían enfrentando en otros centros de detención y tortura como el Estadio Nacional, Pisagua, Valparaíso o Concepción.

Los presos recuerdan cómo llegaba la tanqueta mientras los tenían reunidos en el patio del recinto. También cómo pasaban la tarde caminando bajo el resguardo de militares armados de metralletas cuidando el cerco de alambradas de púas que los separaba. Conversaban por horas sobre la vida por los pasillos de las ruinas; contemplaban el cielo y el frío de la noche, el cual dejaba de ser agradable cuando los sacaban de sus literas, sin ninguna razón, para probar su resistencia a las bajas temperaturas, desnudos. Una cosa que les impresionaba mucho era el silencio del lugar mientras vivían su incertidumbre.

“En Chacabuco, mientras existió como campo de presos políticos, fallecieron dos personas: uno que era un soldado a quien se le habría disparado accidentalmente su propia arma de servicio y fue atendido por los médicos que estaban presos en Chacabuco y habría fallecido en el traslado en un jeep militar desde Chacabuco a Antofagasta; la segunda persona que falleció fue un dirigente sindical que venía de Copiapó”, relata Jorge Molina sobre Óscar Vega González, quien murió a los 68 años ahí.

Este hombre, militante del Movimiento de Acción Popular Unitario (MAPU), había llegado trasladado desde Copiapó, donde había sido torturado por “viejo y tener ideas comunistas” tras ser detenido en septiembre de 1973 con un grupo de dirigentes como él, quien volvía a su pueblo donde vivió con sus padres, trabajó desde joven, y se había casado.

Los presos contaron que Oscar empezó a buscar su casa, ubicada en calle Serrano, hasta encontrarla, donde tenía guardadas unas herramientas. Allí, el 22 de noviembre de ese año, decidió quitarse la vida. La viga partida y una placa de la CUT recuerdan ese episodio.

Virgilio Figueroa, ex preso de Chacabuco, lo cuenta en su libro Testimonio Sufrido (1979): “Se colgó de una viga que había en una de las tantas casas deshabitadas, precisamente en la que había vivido ese obrero salitrero con su familia 35 años antes, cuando se desempeñaba como calichero en la Oficina Chacabuco, perteneciente a Osvaldo de Castro, uno de los tantos hombres enriquecidos explotando nuestro salitre y a los obreros”.

Los presos decían en el documental que promediaban los 1.200. Llegaban y se iban. Católicos y protestantes crearon templos. Cantaron y lloraron dando nuevos respiros a este pedazo de tierra siempre cercada. Recuerdan represalias de los capitanes Santander, Minoletti, Ananías. La mayoría de ellos hoy son solo fantasmas que formaron parte de lugares que ya tampoco existen. Solo queda su historia allá adentro.

MUSEO. Al interior del teatro no se puede acceder al escenario, pero sí a los pisos superiores que funcionan como museo.

RUINAS. El monumento nacional de 36 hectáreas se compone de sectores derrumbados, principalmente.

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